domingo, 26 de septiembre de 2010

CAPÍTULO CINCO


Dicho todo lo anterior con respecto a la "Inseguridad Internética", y pendiente aun el retrato de un sinvergüenza, va pues el quinto capítulo de TARDE:





V

Esa noche hicieron el amor. Al cabo de casi diez años ella recordaba esa noche como una de las pocas en que disfrutó con Raúl. Ambos eran presa de un rapto místico. Él estuvo particularmente delicado y la supo macerar lentamente, la hizo sentir grande y poderosa, y por esa única vez se quedó con ella cuando todo acabó, se quedó todavía acariciándola.  Sólo esa noche fue capaz de no correr a prender el hediondo cigarrillo de costumbre. El hecho de haber llorado juntos, de haberse perdonado esa culpa que compartían, el hecho de que él siempre tuviera un pasaje del Nuevo Testamento para aplicar a la vida cotidiana lograron ablandar a Renata. A la mañana siguiente se levantó tarde y encontró escrito en los azulejos de la cocina un cartel que dejó Raúl: “Dios ha entrado esta noche en esta casa. Ha derribado un templo viejo. Cristo me ha mostrado su cara. He vivido sus tormentos, su muerte y su resurrección.”  Renata lo aceptó, y el cartel estuvo allí durante algunos días, hasta la siguiente crisis. También el rapto de enamoramiento se fue borroneando con los días. Es que él no podía ir contra su naturaleza. Y ella, con disgusto al principio porque se contradecía con lo que creyó toda su vida, tuvo que aceptar  que no podría mantenerse enamorada de él porque le producía un rechazo físico. Renata había aprendido que el amor físico era algo secundario, que venía por añadidura. Jamás vio a sus padres darse besos de amor, y en la familia todo lo relativo al cuerpo y al sexo era considerado bajo, sucio. Sin embargo, la experiencia le demostraba que no habiendo atracción física la vida en común era imposible. Compartir la cama, sentir el roce de la piel de una persona que le daba repulsión era como un castigo que no estaba dispuesta a aceptar. Para colmo, el vínculo establecido con Raúl se basaba en fuerzas imposibles de equilibrar: por un lado él la necesitaba como la madre que perdió, pero quería ejercer el poder del hombre tradicional, de autoridad inapelable. Y se escudaba en Dios. A ella le aburría escucharlo siempre como si fuera un predicador fundamentalista.
Además siguió sintonizando la radio cada mañana, como el alimento que necesitaba para nutrir el vacío. Y volvió a escribir cartas, y a quedar en suspenso al recibir la respuesta de Pedro, que a esa altura ya era el hombre con quien engañaba a su marido, aunque nunca le había visto la cara. Porque después de la noche mágica con Raúl no pudo aceptarlo más sin sentirse incómoda, molesta y sin preguntarse cómo sería hacer el amor con otro. Con el otro.
“27/9/90
“Querido Pedro:
Vuelvo a escribirle porque siento necesidad de hacerlo. Supongo que en algo retribuyo a su vocación de entretenerme, pero, además, porque la búsqueda de mí misma recién empieza. Sus cosas me llegan muy profundamente, aun cuando a veces se ponga oscuro como un poema y no lo entienda, pero percibo su belleza. Otras veces me dice cosas perturbadoras. Me ha llamado cobarde. Tuve mis razones para serlo. Yo sé que alguna vez  me habré librado de esta lucha entre el deber y el querer, y sin previo aviso iré a conocer el envase de esa voz…”
“…Cuánta profundidad en la aparente sencillez de este entretenimiento. En medio de la desgracia de vivir en este país tan sufrido, tan castigado, tan traicionado, al menos nos queda la posibilidad de escuchar esto que no debe haber en ninguna otra parte del mundo…
Habló usted de la reunificación alemana y de nuestro sueño de reconstruir la Patria Grande Latinoamericana. Es difícil imaginar que ese sueño se pueda concretar algún día, dado el retroceso en que se encuentra el pensamiento nacional. Tal vez, como en la Europa Oriental, se trate de dar una batalla cotidiana en el campo cultural, y confiar en la Providencia…”
“…me entretuve observando a dos mujeres sordomudas que mantenían una sostenida conversación por señas. ¿Cómo serán los bemoles de una sostenida conversación? ¡Cuánta expresividad, cuánto entusiasmo por comunicarse! Y nosotros, los que contamos con todos los sentidos intactos, a veces no los aprovechamos. Pensaba, viendo a estas dos mujeres, que ellas no pueden disfrutar de la maravilla de la radio, por ejemplo. ¿Cómo será ese mundo silencioso, o tal vez poblado de ruidos amorfos?...”
“…le causó gracia mi mensaje telefónico en que le dije que me había “dado en la matadura” con la zamba “No te puedo olvidar”, y prometió hablar en otra ocasión sobre esa expresión…”
“5/10/90: Sí, es verdad, hoy estuvo muy musical, muy apropiado para un día de lluvia. Cuando vivía en San Juan me gustaba la lluvia, porque era una rareza. Pero a tantos años de vivir en Buenos Aires ya estoy saturada de ver caer agua...”
Se restableció la comunicación mágica que consistía en que Pedro, sin nombrarla, respondía las cartas de Renata, la atraía, la hipnotizaba. Ella lo proveía de poesías y trozos literarios, de anécdotas y sensaciones, y era evidente que sin haberse visto jamás conocían y compartían el mismo mundo sensible, conformado por una memoria común, una identidad cultural compuesta por aquellas vivencias que los identificaba como miembros de una misma generación, y eso los los tornaba afines.
Una tarde en que estaba sola atendió el teléfono: era él. Esta vez la llamó decididamente para proponerle que se conocieran personalmente. Le confesó que no podía dejar de pensar en ella, que desde hacía un tiempo, en determinado momento del programa se abría una bisagra a partir de la cual sólo hablaba para ella.
- Ya lo sé – se escuchó decir Renata, admirada de su aplomo.
Pedro estaba  apasionado, y su voz no era la pausada y cadenciosa de las mañanas, sino una catarata de deseo. Le habló de Omar Khayaam; de que probablemente ya se habían conocido  en vidas anteriores... le rogó que fuera a visitarlo a la radio cuando quisiera. Renata, temerosa  por esta experiencia inédita y por la advertencia de Raúl no se animó a ponerle fecha al encuentro.
-          Es absurdo que sigamos sin conocernos -  remató Pedro – te  seguiré esperando.
Cuando cortó tenía deseos de gritar, de cantar, de bailar. Sonó nuevamente el teléfono.
-          ¿Señora Renata?
-          ¿Sí?
-          Buenas tardes. La llamo del instituto. Su hija María terminó la clase de dibujo hace media hora y está esperando que la venga a buscar...
Se dio una palmada en la frente y corrió a buscar la cartera. Cuando estaba saliendo, el teléfono volvió a sonar. Titubeó.
-          ¿Hola?
-          Soy yo otra vez – dijo Pedro.
-          ¡Ay, Dios mío! Por conversar con vos me olvidé de ir a buscar a mi hija.
-          Bueno, yo sólo te quiero dejar mi número de teléfono. Cuando tengas ganas, llamame.
Renata lo anotó y salió corriendo. Pedro Cerezo  le había confiado el teléfono de su casa.







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