miércoles, 23 de noviembre de 2022
continuación del capítulo 7
- Así que cumplí con la Difuntita, le recé un poco y le prendí una vela, porque agua no tenía de dónde sacar, y le pedí por favor que me dejara continuar el viaje. Y así fue, pues. Unos gendarmes me acercaron después hasta donde dejé la camioneta, me subí y enseguida arrancó la muy desgraciada. Desde entonces, nunca dejo de entrar a ver a la Difunta, si no se ofende y se las cobra...
A veces el teatro llegaba a conmoverme a mí mismo. ¿Quién no juega con los sentimientos, ajenos y propios, a los veinte años? Logré reunir el valor de dos pasajes, y no más porque a las nueve de la noche debía estar de regreso en el Regimiento. El tren partió la noche siguiente. Mi equipaje era una pequeña valija con ropa necesaria para una semana y, por supuesto, mi uniforme de granadero. En la cartera llevaba una copia de mi trabajo sobre San Martín y el dinero que había recaudado.Siendo chiquito el sitio me aterraba, aun de día. Pero mi madre logró que perdiera el miedo, pues por cada travesura me amenazaba con dejarme solo en el Arroyo “la próxima vez”. Como nunca llegó el castigo, concluí con lógica infantil en que yo debía ser el propio Mandinga.
jueves, 10 de noviembre de 2022
DE FRANCO LUCIANI AL ALLEGRO DI FIOCCO
domingo, 30 de octubre de 2022
JÁLOGÜIN 1983
sábado, 30 de abril de 2022
CÓMO HACERTE SABER (QUE NO LO ESCRIBIÓ) MARIO BENEDETTI
Cómo hacerte saber (que no lo escribió) Mario
Benedetti
Hace unos años un contacto de Facebook publicó
un pseudo poema atribuido a Mario Benedetti, poeta uruguayo al que, leyendo un
poco, se le conoce su estilo desenfadado, a veces cínico, otras veces tierno,
pero nunca berreta. Por discreción, a esa señora le mandé un mensaje privado
(para no arruinar su publicación ni invadir su “muro”) diciéndole con la mayor
delicadeza posible, e intentando no ser pedante, que ese texto nunca podría
haber sido escrito por el gran poeta uruguayo. Como respuesta, la muy imbécil –se
debe pronunciar imbécil acentuando y prolongando la letra E para enfatizar el
desprecio y la indignación- me eliminó de sus contactos y me bloqueó. Perdí la
batalla. Hoy veo que proliferan grupos con nombres tales como “Benedetti.
Frases y poemas”, “Frases y reflexiones de Mario Benedetti”, entre otros,
dedicados a difundir esos textos que vaya a saber quién escribió pero siente
vergüenza de firmar, entonces se los achaca al pobre viejo finado. Y lo peor es
que hay toda una caterva de imbéciles (pronunciar como ya se dijo) que no se
toman el trabajo de verificar la autoría del texto en cuestión, y replican “compartiendo”
en sus muros, y encima dicen “les comparto”. Incluidos estudiantes de Letras.
Otro tanto sucede con Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y José Saramago, por ejemplo. Con Borges lo intentaron, circuló mucho tiempo una berretada que hablaba de no lavarse los dientes y andar descalzo para “haber sido” más feliz, pero ya es imposible seguir engañando a incautos.
Hace muchos años, cuando Gabriel García Márquez
vivía aun, le preguntaron en un reportaje por un panfleto propio de la
literatura de autoayuda que circulaba con su firma, y respondió que si él
hubiera escrito tal cosa se moriría de la vergüenza.
A Saramago, que fue un ateo militante hasta los
casi 90 años en que murió, le atribuyen un escrito que afirma que los hijos son
propiedad de Dios, o algo por el estilo. Por suerte la Fundación José Saramago
salió a aclararlo.
Me pregunto si no hay elementos legales para
demandar a estos delincuentes cibernéticos que se dedican a esta actividad tan
denigrante. Si yo fuera heredera de Mario Benedetti no les daría tregua. Y a quienes
replican y difunden así, alegremente, déjenme decirles, de parte de don Mario:
Váyanse a la mierda.
jueves, 24 de marzo de 2022
24 de Marzo de 1976
Cuando me levanté vi las caras largas de mi hermana y mi cuñado (él era secretario del intendente de Rivadavia, un municipio cercano a la ciudad de San Juan): el golpe que se venía anunciando ya era una realidad. Se sucedían los comunicados de la Junta Militar. Con otros compañeros y compañeras nos fuimos a recorrer los despachos de los integrantes de nuestra "orga" que también eran funcionarios, ninguno sobrepasaba los 30 años... Yo tenía 19 y estaba empezando una carrera universitaria.
viernes, 18 de marzo de 2022
LOS JÓVENES QUE FUERON
Cuando yo nací mis padres tenían la
edad que hoy tienen mis hijas. Fui criada sin dulzura, con una forma seca de
amor, pero llena de cuidados, a veces excesivos. Fui sobreprotegida porque
tenía un problema bronquial, entonces mis padres me impedían realizar
actividades que me causaran agitación, hasta un ataque de risa podía provocarme
un ahogo y dificultarme la respiración. A diferencia de los padres del Che
Guevara, quien practicaba rugby, natación y ciclismo a pesar de ser asmático,
los míos me tenían como una delicada planta, (bien alimentada, eso sí) siempre
quietita, jugando en solitario, dibujando y leyendo mucho. Yo deseaba
participar en actividades de montañismo, bailar y aprender a nadar, pero todo
me estaba vedado, también porque éramos pobres y nada de eso resultaba
gratuito. Esa frustración me causó enojo con mis viejos, sumada a su rigidez,
su autoritarismo, sus reglas morales idénticas a las del catolicismo, sin ser
ellos religiosos ni creyentes. Todo eso junto hizo que me volviera rebelde e hiciera
cosas a escondidas, muchas de ellas nada beneficiosas como fumar desde muy
chica, o exponerme a cualquier peligro en tiempos en que ser mujer significaba
ser muy vulnerable, mucho más que ahora, especialmente en una provincia
conservadora y pacata como San Juan: las mujeres debíamos ser sumisas y
recatadas antes que felices.
Pero vuelvo a mis padres y lo que hicieron conmigo, que fue apenas lo que pudieron, de acuerdo con su historia, su experiencia y sus limitaciones. Cuando nací mi papá tenía casi 40 y mi mamá aún no cumplía los 38. Tres años antes habían perdido a Cecilia, una bebita que sólo vivió ocho meses. Recién ahora que soy abuela se me ocurre pensar que los pobres, luego de aquel trauma debieron sobreprotegerme por temor a que algo terrible pasara también conmigo. Cuando ya llevan muertos varios años soy capaz de comprender su escasa flexibilidad y los perdono. Pobres viejos, pobres aquellos jóvenes que fueron, los veo como a mis hijas que crían a los suyos y van aprendiendo sobre la marcha. Parece que así nomás es la vida. Los perdono y espero que ellos me hayan perdonado lo que pude hacerles sufrir.
En la Isla inundada, Febrero de 2022.
domingo, 2 de enero de 2022
LOS CULPABLES SON TUS OJOS
Los culpables son tus ojos
La música sonaba alta, vibraba en
el pecho e invitaba a bailar. Un poco desgarbado y con cierta timidez en el
cuerpo, pero con una mirada capaz de
atravesar una roca, el muchachito se acercó a la mujer; ella, que lo había
visto de lejos sin darle importancia lo miró a los ojos y hubo una llamarada
inexplicable. Él la tomó de la mano, su aparente timidez se disipó y salieron a
bailar la chacarera. Un dúo cantaba: “Pobrecito
corazón/ A sufrir has comenzado/ Por vivir una ilusión/ Que de ti se anda
burlando/ Los culpables son tus ojos/ ¿Para qué me habrás mirado?”. Los
bailarines dibujaban las figuras de la danza sin dejar de mirarse, había un
lazo casi tangible que los ataba y sin embargo volaban con gracia, con alegría
gozosa. Los ojos negros, moriscos de él, los ojos almendrados y verde oliva de
ella sostenían la mirada. A su alrededor la gente, el bullicio, el ambiente
vaporoso y ahumado quedaron en suspenso. Sólo la música y ellos en el centro de
la pista tensaban una cuerda de erotismo. “Mi
querido corazón/ Sé que estás encarcelado/ Encerrado en la prisión/ De tu pecho
enamorado/ Los culpables son tus ojos/ ¿Para qué me habrás mirado?”
Encarcelado el corazón del
muchacho, porque con poco más de veinte años ya tenía un compromiso de boda. La
mujer en cambio, estrenaba libertad a los treinta y descubría un mundo nuevo a
cada paso, como bailar en Trocha angosta,
la legendaria peña de la Avenida Independencia. Pero allí no estaba la
futura esposa, había amigos comunes que compartían una mesa y festejaban la
música y el baile. A la chacarera sincopada le siguieron otras, escondidos,
gatos, y la pareja irradiaba entusiasmo. Pero cuando llegó el momento de la
zamba él se excusó, ella volvió a la mesa con el grupo que bebía y conversaba a
viva voz. Unos minutos después, quien subía a la tarima de los artistas era el
bailarín de los ojos negros, pero esta vez con un violín y acompañado por
guitarras, bombo y un cantor. La cuerda tensa se aflojó ahora porque había
llegado a un punto insoportable. Ella volvió a bailar con otros compañeros,
pero él no le perdía pisada mientras pulsaba el violín.
La noche avanzaba entre copas y
danza, rondas de chacareras y escondidos. Los dos bailarines casi no habían
cruzado palabra hasta que coincidieron en la mesa de los amigos. Allí acordaron
que él vería un antiguo violín que ella guardaba en su casa, el que tocaba su
padre cuando era joven y que nadie había vuelto a hacer sonar. El arco estaba
roto, el estuche viejo y raído, pero debía tener algún valor y quizás podría
venderlo. Bebieron cerveza, charlaron y rieron. Cuando clareaba salieron a la
calle con el grupo de chicas y muchachos. Hacía mucho frío; se repartieron en
dos taxis para ir a algún café a terminar la velada, entonces viajaron pegados,
los cuerpos que al bailar no se habían rozado ahora vibraban uno junto al otro.
Él se animó a abrazarla y ella lo dejó hacer y recostó su cabeza en el pecho
del bailarín violinista. Ya a plena luz de día se separaron con la promesa de
verse, la excusa era la venta del instrumento. Pero antes de ese encuentro hubo
otro en el que volvieron a bailar. Esta vez, la euforia de las chacareras se
vio coronada con una zamba. La seducción fue poderosa, sus caras encendidas y
los ojos enamorados, sonrientes, en una contemplación mutua, mística. En los
arrestos se acercaban casi hasta el beso, y luego se alejaban para desearse
más. Los pañuelos se entrelazaban para anudar los cuerpos en movimiento, pero
después se desenredaban suavemente. Las palabras no fueron necesarias. Salieron
del salón y en la vereda se abrazaron. Caminaron lentamente hacia un hotel, con
los corazones desbocados. Pero en la soledad del cuarto espejado y de luces
tenues pareció esfumarse el sortilegio. Los gestos del amor fueron los de
cualquier pareja en ese trance, y sin embargo, nada sucedió. Él no trató de
justificarse explicando que nunca le había ocurrió, ella no fue condescendiente
diciéndole que ya iba a poder. Fue todo más brutal: la imposibilidad era
consecuencia de una adicción a drogas fuertes, estaba en tratamiento médico, aun
sin resultados. Creyó que tanta atracción durante la danza se vería reflejada
entre las sábanas. Ella sufrió la decepción y se sintió un poco usada como
prueba de laboratorio. Pero no estaba enamorada de ese chico, no tendría
consecuencias emocionales graves. Charlaron un rato en la cama, fumaron, luego
se vistieron y salieron hacia la avenida Corrientes. Allí él le regaló unos
discos de Pavarotti, que hacía furor por esos días. Y se despidieron sin pena
ni promesas.
“Ay, ay, ay, mi corazón/ Arbolito deshojado/ Un otoño se quedó/ solito
y abandonado/ Los culpables son tus ojos/ ¿Para qué me habrás mirado?/ Niña de
mi corazón/ Tus ojos me han atrapado/ Con los besos que me dio/ tu boca estando
en mis brazos/ Los culpables son tus ojos/ ¿Para qué me habrás mirado?”
Pasó un tiempo prudencial. Un día
acordaron por teléfono que ella le llevaría el violín a su casa, en la calle
Riobamba, donde vivía con su familia. La recibió el padre, era la hora
convenida, pero el muchacho no estaba. Se quedó esperando un tiempo mientras
charlaba con el hombre, y cuando pasó un rato largo, a instancias del señor
decidió dejar el violín para retirarlo otro día. Se sentía incómoda por el
plantón y por la actitud un tanto melosa del padre, un típico patriarca
provinciano que trataba de hacerse el simpático.
Nunca más se vieron; perdió el
violín, con la sospecha de que debía valer buena plata y que tanto el muchacho
del amor volcánico como su padre y el resto de la familia eran una manga de
sinvergüenzas. Nunca más la atendió por teléfono, volvió a ir a la casa pero el
tipo desapareció. Se hacía negar por los padres, por los hermanos. “Dolorido corazón/ Hoy vives desconsolado/ Por
perder esa pasión/ Que se te fue de las manos/ Los culpables son tus ojos/ ¿Para
qué me habrás mirado?”
Tampoco volvieron a cruzarse en
la peña de la Avenida Independencia, ni en ningún otro ámbito del folklore.
Ella no supo si se había ido de Buenos Aires, y su dolor más grande fue perder
aquel violín de estudio que perteneció a su papá, quien tocaba música de cámara
con su mamá al piano, cuando eran novios. Eso le pesaba mucho más que la pasión
perdida. Odió al seductor, tan joven y tan sinvergüenza, pero se condenó a sí
misma por haber sido tan confiada. ¡Dos veces estafada!
Pasaron treinta años y por esas
cosas de las redes sociales y las plataformas musicales un día ella lo descubrió,
tocando un violín que sonaba espantoso, desafinado; él, irreconocible, calvo,
consumido y ojeroso, con un aspecto lamentable; nada quedaba de aquellos ojos
capaces de derretir un témpano. La furia que sintiera cuando ocurrió la estafa
y el abandono ya se había borrado, ahora al ver esa penosa imagen tuvo lástima.
Se notaban en el hombre que alguna vez la encendió de pasión, los estragos del
alcohol y de las drogas. Un pobre tipo al que ahora sí que no querría
encontrarse de frente ni por casualidad.
“A mi pobre corazón/ Las puertas les has cerrado/ Los encantos de un
amor/ Con doble llave y candado./ Los culpables son tus ojos/ ¿Para qué me
habrás mirado?”
Habría preferido no ver esos
videos, tal vez habría sido más romántico enterarse de que él había muerto
joven, pero no, ahí estaba con todo su aspecto miserable y triste, tocando el
violín en un tugurio de mala muerte, vaya a saber dónde, cuando de muchacho
prometía un talento que podría haberse destacado en el mundillo del folklore.
Un hermano suyo que tocaba la guitarra y cantaba terminó animando fiestas con
un grupo de cumbia de los del montón, sueños de triunfo rotos. “Añuritay, corazón/ Tal vez te hayan
hechizado/ Las penurias de un adiós/ Que a tus sueños despertaron./ Los
culpables son tus ojos/ ¿Para qué me habrás mirado?” [i]
[i]
“Para qué me habrás mirado”, chacarera de Cuti y Roberto Carabajal.
https://www.youtube.com/watch?v=KVRLt8dwyAA&ab_channel=Cuti%26RobertoCarabajal-Topic












