jueves, 24 de marzo de 2022

24 de Marzo de 1976

Cuando me levanté vi las caras largas de mi hermana y mi cuñado (él era secretario del intendente de Rivadavia, un municipio cercano a la ciudad de San Juan): el golpe que se venía anunciando ya era una realidad. Se sucedían los comunicados de la Junta Militar. Con otros compañeros y compañeras nos fuimos a recorrer los despachos de los integrantes de nuestra "orga" que también eran funcionarios, ninguno sobrepasaba los 30 años... Yo tenía 19 y estaba empezando una carrera universitaria.

Hugo, arquitecto, había vaciado un rollo de cinta de embalar pegoteando los retratos de Perón y de Evita para que al menos los que fueran a desalojarlo tuvieran más trabajo en despegarlos. Miguel, encargado del comedor universitario, otro tanto. Así anduvimos unas horas, rotando, bastante inconscientes, por toda la ciudad, porque el Centro Cívico aun estaba en construcción y las oficinas del gobierno estaban diseminadas por distintos edificios. Parece que alguien dio la orden de que nos volviéramos a nuestras casas porque el horno no estaba para bollos. Cada uno en su casa debió quemar papeles comprometedores, volantes, material doctrinario, se quemaban en el inodoro y luego se descargaba el agua. Los libros, en cambio, se envolvían muy bien en bolsas de plástico y se enterraban, disimulando la operación.
Días después vinieron los allanamientos y las prisiones. Mi sobrino de cinco años estuvo varias veces por meter la pata, a pesar de que estaba instruido para no hablar en esas ocasiones. Conversaba con los milicos apostados en la puerta de la casa, les preguntaba sobre sus armas. En un momento le espetó a su mamá: "¿Así que esto era un allanamiento?" Ella, mi cuñado y yo zafamos, pero en esos días se llevaron presos a Bibiano, a Waldo, al hermano de mi cuñado, Guillermo, a Elías, que era mi referente directo, a Rodolfo, intendente de Caucete. A todos los tuvieron en la cárcel de Las Chimbas durante cinco años y medio, salvo a Guillermo que lo largaron al año... Nunca fueron desaparecidos, sabíamos dónde estaban, sus familias los visitaban. Pero en abril del año anterior, la triple A había matado a tres compañeros de la plana mayor en Buenos Aires, Rubén, Demetrio y Simón, los tres muy jóvenes y brillantes. Al único que conocí y con quien compartí reuniones fue a Simón, tengo un recuerdo de su figura, su pelo rubio y su energía. Los nombres de los tres están en el muro del Parque de la Memoria, al igual que el de Alicia Zunino y su marido, Raúl Rossini, ellos habían pasado a la clandestinidad e integraban las filas de Montoneros. A ellos los mataron entre noviembre del '76 y 1977. Alicia me llevaba ocho años, me gusta recordarla cuando ella tenía 17 y yo 9: iba a mi casa a estudiar con mi hermana, y en los momentos de descanso se sentaba a jugar a la payana conmigo. Yo la admiraba y quería ser como ella, tan hermosa con sus ojazos verdes, risueña, amorosa, la Turca le decían. La última vez que la vi fue en un colectivo en San Juan, habrá sido en el '72, no sé. Ya estaba casada con el Mono, tuvieron un hijo que estuvo un tiempo desaparecido pero fue rescatado pronto por su abuela materna.
Cuarenta y tres años... es raro. Hoy voy a la Plaza a recordar a esos muertos y a todos los que se quedaron en el camino, me considero una sobreviviente de esa época. Por memoria, verdad y justicia, pero también porque desterremos de nuestra Patria el Neoliberalismo que mata de todas las manera imaginables, que instaura dictaduras por medio del voto del pueblo manipulando las conciencias. ¡Nunca más!

(Escrito en 2019)






No hay comentarios:

Publicar un comentario