miércoles, 20 de abril de 2011

CUENTO DE JUVENTUD


Por circunstancias familiares que no viene al caso comentar, a mediados de 1973 me trasladé de San Juan a La Rioja, y perdí un año de la secundaria. En La Rioja ingresé al Colegio Nacional Joaquín V. González, cursé tercer y cuarto año, y por un arrebato loco, rendí libre quinto año. Tenía un novio en San Juan, me llevaba mal con mi padre y lo único que quería era acelerar el regreso a San Juan, para empezar la Universidad.
Tuve una profesora de Literatura adorable, Alba Rosa Lanzillotto de Pereyra, una mujer que tras su natural dulce y amable, encierra un espíritu fiero de luchadora; desde hace años integra la Asociación Abuelas de Plaza Mayo. 

Ella me animó a participar, en 1974, de un concurso de cuentos organizado por la filial riojana de la Sociedad Argentina de Escritores, y tuve la alegría y el honor de ganar el primer premio. El jurado estaba presidido por el poeta riojano Ariel Ferraro. 
He recorrido un camino sinuoso con las letras, lleno de cortes, derrumbes, piquetes, desvíos. Pero este cuento, sencillito, ha resistido el paso del tiempo...mucho tiempo. Aquí está:



LA ESPERA


Las campanas de la Catedral rompen a llorar un nuevo cuarto de hora. Hacia el oriente, ya el resplandor de la ciudad se abre como la cola de un gigantesco pavo real. Al occidente, en primer plano, las vías y algún vagón; el alambrado, y más atrás, entre anchas veredas, brilla bajo los faroles de mercurio la Avenida Las Heras. Un muro de carolinos oculta las casas de los ferroviarios, y por donde las ramas dejan un claro, muy al fondo, se ve el negro intenso de la montaña emergiendo del azul casi negro del cielo.
Hace frío. Por las galerías de la estación remolinea el viento sur. Sentada en un sillón que alguna vez debió ser mullido, soy una más entre muchos que aguardan el tren. Nadie habla: parece que el aburrimiento hubiera cerrado las bocas. Me molesta este silencio colectivo.
¡Ahí viene...! Un hombre se asomó al andén y todos, curiosos y agitados, lo seguimos. Pero no, no era nada.
Ya perdí mi asiento; salgo entonces a la puerta y escucho nuevamente las campanas de la Catedral: son las nueve y cuarto. ¡Cuarenta minutos de retraso! Martín ha de estar harto de viajar, pienso, mientras atravieso la playa de estacionamiento que rodea la plazoleta, invariablemente oscura. Creo que nunca vi encendido el farol que se yergue a cuatro o cinco metros de altura. La calle está oscura también, y por momentos el aire trae el olor de una pescadería. Con tristeza miro hacia la ciudad, como un niño que mira un juguete inalcanzable. ¡Qué placer caminar a esta hora, sumergirse en ese lago refulgente y bullicioso! Pero, ¿qué hago aquí fuera? ¡Tal vez llegue el tren y Martín no me encuentre esperándolo! Vuelvo presurosa a la galería. Adentro sigue todo igual.
Me afirmo en la pared, frente a la Oficina de Informaciones. Parece un cuadro de Rembrandt: la única luz de una lámpara sobre el mostrador ilumina el rostro de un empleado que repasa un libraco en actitud cansada. El fondo, todo el resto del recinto está en penumbras. Me dirijo hacia allí.
¿A qué hora llegará?
Diez o quince minutos más, señorita.
-    Pssss... ¡Increíble! – digo, por no quedarme callada. El fulano se encoge de hombros y sigue leyendo su bibliorato. Después de todo, él no tiene la culpa.
Me siento como en una cárcel; paseo de un lado a otro lentamente. Me detengo a leer los letreros de la pared: tarifas, horarios, comunicados, disposiciones... pero la luz es tan débil que me arden los ojos. A mi lado hay una mujer que se come las uñas con la mirada fija en el suelo. Me dan ganas de hacerla pestañear de un manotazo y luego me río de semejante ocurrencia.
Suspiro, retorno a mis paseos. Tengo hambre. De la Avenida Central viene el grito de un vendedor.
¡A los chori, muchacho’ a los chori! – desde el carrito de choripan instalado a la puerta de uno de esos nómades parques de diversiones.
De pronto, sin saber cuánto tiempo ha transcurrido ni en qué estuve pensando, me sacude un altavoz: “el Expreso proveniente de Buenos Aires hace su entrada a la Estación San Juan. Se ruega al público mantenerse a prudente distancia del andén.” El corazón me da un vuelco y vuelo hacia fuera. El piso se estremece; muy lentamente avanza la caja negra de hierro, haciendo crujir los rieles bajo su peso. En sentido contrario, una muchedumbre camina nerviosa, los cuellos estirados y los ojos muy abiertos, como si abrirlos desmesuradamente dotara a la vista de una agudeza especial.
Yo he preferido quedarme parada en un sitio y aquí esperar. Con avidez examino a cada uno que baja por tanta y tanta puerta. Martín no aparece. Doy unos pasos, luego me vuelvo... ¡Ah por fin, ahí está! ¿Y ese pull-over? Es uno nuevo que se compró en Buenos Aires, seguramente. Me río sola, no sé qué hacer para que me vea. ¿Eh? ¡Oh, no, no es él! ¿Qué habrá pensado ese tipo?
Sigo aquí, parada. “Llego lunes tren 20.30. Cariños. Martín”, dice el telegrama que recibí hoy a primera hora. ¿Cómo es posible que no venga? Siento una especie de humillación. Los que pasan a mi lado me miran como bobos, aunque ellos deben pensar que la boba soy yo. Todo el mundo está yéndose; los vagones van quedando vacíos. Un niño llora porque se apagan las luces y no puede bajar.
Camino. Llego hasta el último coche, vuelvo. Cuando la evidencia es absoluta, me marcho, enojada con el mundo.
Arriba, las estrellas centellean impávidas. Parece que hasta el cielo me hiciera burla. En tanto, el viento sur deforma en el aire las campanadas de la Catedral.






NOTA: El Ferrocarril San Martín llegaba, hasta el gobierno neoliberal del innombrable riojano, a la Ciudad de San Juan. La estación, construida en el siglo XIX, sufrió una destrucción parcial durante el terremoto del 15 de enero de 1944.
Actualmente funciona en el predio, y en lo que quedó de la estación, un museo. Las vías fueron levantadas, se abrieron calles y se edificó en terrenos que pertenecían al ferrocarril.
Para ilustrar publico dos fotografías, una muy antigua, no puedo precisar la data, y otra actual.






Museo y Centro Cultural en la ex Estación San Juan

Estación San Juan FF CC San Martín























3 comentarios:

  1. ¿Qué puede ser más triste: la ausencia de Martín o la ausencia del andén, del banco y de la vía? A Martín se le pudo hacer tarde y perder el tren, pero si no hay estación y vías ¿Cómo llega?

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  2. Qué buena pregunta, Orlando Furioso, como para no ponerse así reflexionando sobre lo que se llevó el neoliberalismo...Gracias!

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  3. Bello y melancólico, Lau.
    Ahora bien, como no encuentro tu mail, te digo por este medio que hasta coincidimos en el signo del horóscopo... ¿Qué tal?

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