miércoles, 1 de septiembre de 2021

AUTOBIOGRAFÍA FELINA (CONTINUACIÓN)

 

LA EMPANADA SOLEMNE

Por este tiempo se cumple un año de vivir sola con mi humana. El último mes que pasó el tipo en la casa no fue muy grato, porque, encima de todo, se  contagió del virus pandémico y se la pasó encerrado con cara de protomártir. Y mi mascota mujer le seguía cocinando, lavando la ropa,  lo atendía estoicamente cuando en realidad tenía ganas de pegarle un flor de patadón en la parte trasera de su humanidad. Una de sus hijas le había regalado una caja de té de arándanos, y como tiene algunos genes británicos en su sangre, con esa educada amabilidad parecida a la furia contenida, ella le ofrecía todas las tardes algún té de las muchas variedades que guarda en una caja decorada con decoupage: él siempre elegía el de arándanos, de manera que cuando llegó el día de mudarse casi no quedaba ni uno, cosa que a ella indignó. Si hubiera tenido aspiraciones trágicas para su vida le habría metido un buen veneno en esos tés, y hoy yo estaría viviendo quién sabe dónde porque ella estaría en la cárcel. Pero la  tipa no es tonta, su objetivo era liberarse de ese fardo de 90 kg para vivir mejor y ser feliz, además, se debía a mí, su obligación era y es mi bienestar en todo momento. Pero en aquellos días, cuando llegaba la noche, yo prefería dormir con el tipo en el colchón que tenía en el living, y ella aún se jactaba de que con el único animal que había tolerado dormir era con el marido. La comparación no era inexacta porque me consta que aquel humano emitía unos ronquidos parecidos a los de un león en celo, al menos hasta que empezó a usar un aparato al que se conectaba para dormir, entonces no roncaba pero parecía un elefante con su larga trompa. Más tarde se acostumbró a dormir conmigo.

Por fin llegó el día de la mudanza: como había mucho movimiento en la casa yo estaba nerviosa y me la pasé entrando y saliendo. Escuché que hablaron de que yo me podía mudar con él y eso me hizo sentir como si fuera un mueble, no un ser sentipensante… Pero el tipo dijo que no podía llevarme porque iba a estar poco tiempo en su nuevo domicilio, gracias a que ahora (por fin) tenía trabajo. Pero lo que recuerdo bien fue que la noche anterior mi humana no cocinó, pidió empanadas por teléfono, y cenaron juntos muy civilizadamente. Cuando él se sentó a la mesa, con tono compungido y solemne dijo:

-¡Empanadas! El día que llegué a la Argentina también comimos empanadas…

-Mirá vos… Fue la única respuesta.



sábado, 21 de agosto de 2021

MANUEL PUIG. ¿HOMENAJE?

Hubo una especie de concurso, consistía en responder una "trivia" acerca de Manuel Puig. Nada sobre su maravillosa obra, tres tonterías biográficas que se podían guglear. El premio consistía en asistir a la presentación de un número de la revista Caras y Caretas íntegramente dedicado al escritor. Participé y fui una de las designadas para el evento. Hice todo lo posible para ir, pero en mis condiciones actuales de salud resultaba una movida muy dificultosa, onerosa y contraproducente, por lo que avisé a los organizadores para que le dieran mi lugar a otra persona. 

La presentación fue transmitida por streaming y así la vi, y luego me felicité por no haber ido. Había una mesa de “notables” (omito los nombres), un escritor amigo de Puig, una estudiosa de su obra y un incalificable autodesignado poeta, “loca” orgullosísima, reina de no sé qué carnaval, cuya cucarda más importante es haber sido amigo de Alejandra Pizarnik (que no está para desmentirlo), y también, supuestamente y por su condición de gay, amigo del escritor. Todos conducidos por una moderadora que pudo controlar y neutralizar las ansias autorreferenciales de “la loca” y su afán de acaparar la atención con el “yo-yo” permanente. Era una conversación en la cocina de la casa de alguno de los participantes, salvo por las intervenciones de la crítica que conoce la obra de Puig y contó algunas cosas interesantes. También participaron otros escritores, un importante periodista, un director o productor teatral que estuvieron razonablemente discretos. Al final, un hermano suyo, por supuesto, el más auténtico y creíble de todos los participantes.

También pasaron algunos tramos de películas basadas en la obra del autor, y de entrevistas periodísticas. Yo veía en la pantalla esa cara de sonrisa tímida, ese hablar medio ceceoso, esos ojos hermosos de mirada franca, ese aire de humildad provinciana de Manuel Puig y pensaba, ¿qué diría de este supuesto homenaje que le hacen, una exposición de pobres vanidades? Me quedo con tu obra, Manuel, la mejor manera de honrarte es leerla y analizarla. Tu grandeza no necesita de homenajes superfluos.



sábado, 31 de julio de 2021

DE MASCOTAS PRESENTES Y PASADAS

AUTOBIOGRAFÍA FELINA (NO AUTORIZADA, O SÍ, QUÉ SE YO)

Duermo con una humana todas las noches. Ella se mete entre sus cobijas horas después de que yo ya estoy instalada encima de la cama, viene y me dice “Salí, correte”, porque se le antoja acostarse justo del lado en que yo estoy lo más cómoda, qué molesta. Así que yo, somnolienta y medio tambaleante me ubico unos centímetros más lejos. Recuerdo que antes dormía ahí mismo otro humano que me permitía echarme sobre su panza, pero hace tiempo que se fue. Ahora esta duerme sola, se pone unos almohadones bajo las patas y se queja, parece que le duele todo. Yo trato de subirme a su cuerpo pero no me deja, me empuja y sólo permite que me ponga a un costado. Al menos así siento más calorcito. Algunas veces ella misma me pone entre una manta peluda y una colcha de colores, estoy como en una cuevita, entonces no me muevo hasta que se hace de día. La que se mueve es ella: se pone para un costado, se queja. Parece que duerme un rato y luego se pone para el otro costado, se vuelve a quejar. ¡No me deja dormir en paz de un tirón toda la noche! Porque también se levanta y va al cuarto ese donde hay fuentes de agua, y cuando vuelve a echarse, otra vez a quejarse y a acomodarse.

En cuanto al humano que vivía aquí y se fue hace tiempo, recuerdo que yo le clavaba las uñas en las patas que tenía forradas en tela gruesa. Yo quería comida y posaba mis garras en sus canillas. A mi humana se lo hice un par de veces, pero ella me hizo volar por el aire y aprendí que no me convenía insistir. Y es que soy una gata poco maulladora, me expreso más con mis uñas, cuando la quiero despertar me bajo de la cama y le rasguño el colchón, o la mesa de luz. Si estoy fuera de la casa, salto sobre el picaporte para abrir la puerta, pero no maúllo. En estos días mi mascota de dos patas limpió y volvió a pintar la puerta; ahora pone un palo, o una red metálica para que yo no pueda abrirla y ensuciar todo de nuevo. Todas son interdicciones con esta tipa, sólo porque me da buen alimento no la dejo. 
Ella cree que gracias a mí no tiene lauchas dentro de la casa; la otra noche apareció un ratoncito muerto en el jardín, pero juro que yo no tuve nada que ver, para mí que se murió de frío (había una ola polar). Yo no fui porque estaba enterito, los gatos les arrancamos la cabeza a los roedores cuando los cazamos. A mí me resulta más divertido atrapar pájaros, pero si la tipa está cerca corre a salvarlos. Una vez me sacó un Benteveo de la boca, y hubo varias ocasiones en que me arruinó la caza de algún Zorzal porque salió ella a espantarme… Recuerdo un día en que estaba regando el jardín con la manguera y vino, como siempre, un colibrí a tomar agua y a bañarse en el chorro. Como hay unas salvias en flor, el pajarito se puso a libar el néctar a baja altura. Entonces aproveché sigilosamente, salté y lo atrapé con mis dos garritas. Pero la humana empezó a los gritos y me bañó con la manguera, no tuve más remedio que soltar al colibrí. Otro día cacé una lagartija y también ella salió a intentar salvarla, pero me parece que no duró mucho el reptil con la cola cortada: lo levantó con una palita y lo puso entre unas ramas, pero unos días después apareció el cadáver todo seco… Y, bueno, aunque soy doméstica algo me queda de salvaje. Parece que dentro de poco la tipa se irá un par de días para que le arreglen las coyunturas, tal vez después no se quejará más y dejará de molestarme por las noches. Lo que temo es que cuando ande mejor de salud y pueda caminar más se irá a pasear por ahí y me quedaré sola. Eso me da un poco de miedo porque hay otro humano que vive cerca, que está empeñado en cultivar papas, lechugas y cebollas y no me deja en paz, cada vez que salgo para ir a mi baño me tira piedras… Hace unos días le clavé las uñas en las pantorrillas y también volé… ¡Qué difícil se hace vivir entre humanos! De todas maneras conservo mi majestad felina, porque al fin y al cabo yo soy el ama y mi mascota mujer hace todo lo que yo necesito y exijo: servirme el alimento cuando yo quiero, abrirme la puerta para salir al patio, acariciarme cuando se sienta en su sillón a leer y yo me echo a su lado y con el morro le levanto la mano libre para que me frote la cabeza. Ya no me pone agua en un recipiente al lado de la comida porque yo me acostumbré a beber sólo del estanque en el jardín: está lleno de peces traídos (como yo) de una isla en el Delta, y me divierto viendo cómo se asustan y se esconden en el barro del fondo. Mi humana dice que me debe gustar la sopa de peces…

Cuando nací hace casi seis años yo era completamente blanca, como un copo de algodón. A los tres meses me trajeron a esta casa y mi dueña me bautizó Kusturica, por no sé qué gato blanco del cine. Pero el tipo que vivía aquí me llamaba de otra manera, Fluffinella, que era una gata histérica de una serie canadiense de muppets. Él pronunciaba Fluginela, o Fruginela, en fin, el asunto es que yo creo que ellos se pelearon a causa de mi nombre y se terminaron separando. Qué estúpidos son los humanos, si al fin y al cabo yo no hago caso de ningún nombre, sólo si escucho “mishi” presto atención, igual que al ruido de la lata de alimento… Pero vuelvo a mi color de nacimiento, el blanco, que fue el motivo de que mi humana se fijara en mí y me eligiera cuando nací con mis otros tres hermanos en una casita azul del Delta. Nacimos en el dormitorio de una nena de cinco años que se quejaba porque nuestros maullidos no la dejarían dormir, debe ser por eso que me acostumbré a hacer poco ruido. Nací un 17 de octubre, de ahí que algunas personas me conozcan como la gata Peroncha. En enero siguiente me trajeron a mi casa actual: viajé en lancha primero y luego en colectivo y tren, bien escondida para que nadie notara mi presencia. Llegué y me encontré con dos gatas viejas: Flora, que ya tenía unos dieciséis años, y Tera de diez. A Flora que ya veía poco y había perdido la audición le fui totalmente indiferente al principio. Tera, en cambio, con lo grande que era parecía tenerme miedo. Se mostraba como una gata tímida y asustadiza, y yo supe aprovecharme de eso. Empecé a hacerles la vida imposible a las dos. A la vieja la molestaba todo el tiempo queriendo jugar con su cola, me le tiraba encima, la arañaba cuando comía. A la otra no la dejaba comer, cuando se acercaba al alimento yo me abalanzaba y comía del suyo y del mío, y Tera salía corriendo.

Yo me pasaba la vida dentro de la casa, me echaba sobre los libros en un estante de la biblioteca, dormía allí. Las otras dos vivían afuera, así que cuando descubrí mi poder sobre estas dos grandulonas lo puse en práctica. Cada vez que Tera intentaba entrar a comer, yo no se lo permitía, entonces ella huía y desaparecía por horas, a veces días enteros. Empezó a ponerse flaca, con el pelo opaco, se la veía enferma. Flora en cambio trataba de ignorarme, pero eso no impidió que yo siguiera molestándola sin parar. Con el paso de los meses logré librarme de ella: un día se fue y nunca volvió. Medio ciega, sorda y sin olfato, con casi diecisiete años, seguramente hizo como las viejas elefantas que van a morirse por ahí en un claro del bosque. Mis humanos nunca supieron dónde había muerto Flora, pero se pusieron tristes, especialmente ella, porque siempre contaba que de bebita le había salvado la vida dándole leche con el dedo, ya que la pequeña abandonada tenía dificultades para respirar y no podía chupar una mamadera. Luego creció y se hizo una gata gorda y de pelaje largo, blanco y gris, de vida bastante feliz e independiente, hasta que llegué yo, el azote felino. Tera resistió mucho tiempo, pero además los humanos la protegían y trataban de impedir que nos cruzáramos, aunque eso les daba mucho trabajo, amén del carácter asustadizo de la gata gris. Su salud fue empeorando, su aspecto se volvió lamentable. Un muchachito que le dice Abuela a mi humana se condolió de Tera y pidió llevársela a su casa, lo que costó unos días porque su mamá no estaba muy convencida. Pero la insistencia del niño, acompañada por sinceras lágrimas, ablandó su corazón. Recuerdo el día en que vinieron preparados para llevársela, ella no se dignó a aparecer, apenas asomó salió volando por los techos. Tuvieron que volver otro día y esperar con suma paciencia y mucho tino para agarrarla y meterla en un bolso apto para transportar mascotas. Por lo que supe, el viaje en tren y subte fue bastante escandaloso, con detalles escatológicos que me reservo contar. A partir de aquel momento quedé yo sola, dueña y señora absoluta de mis dominios que conquisté con mis regias artimañas. Me gané por esos días otro nombre: Maleva. Mi humana decía que yo era mala y matona, todo eso. De Tera fueron llegando noticias de que mejoró muchísimo, la llevaron al veterinario, empezó a comer bien y a engordar, se hizo una señora gata burguesa de departamento. Ahora es una digna anciana de quince años, pero muy saludable y bien cuidada. 

 
Como ya dije, de pequeña yo era un pompón blanco, con ojos celestes casi transparentes, patitas y morro rosados. A medida que pasaba el tiempo, se me fue oscureciendo el lomo y la cola, luego la cabeza, finalmente llegué a la adultez con el pelaje bien oscuro, lo único que quedó blanco es mi vientre y toda la cara anterior de mi cuerpo, el cuello y parte de mi cara. Mi humana decía que yo era una estafa… pero lo decía con cariño, lo sé. Mi humana me habla, y también habla sola muchas veces. Le contesta a un aparato negro con lucecitas del que salen voces, o a otro en el que se ven figuras y también voces, o ruidos, pero ese lo enciende mucho menos. En ocasiones recita como una oración, o un mantra, generalmente por las noches, dice más o menos así: “¡Qué hijo de puta resultaste, basura inmunda, te deseo lo peor!” Desde que se fue el humano al que yo le arañaba las patas, así casi todas las noches, a veces también de día. Tal vez sea un rezo, no sé, pero después de pronunciar esas palabras la veo más calma, se nota que le hace bien. (Continuará) 



PERDIDA...

Cómo me gustaría despertarte para decirte “aquí está tu perrita, volvió, la encontraron por ahí”, y ver tu cara de alegría, escuchar tus exclamaciones mezcladas con lágrimas de felicidad. Seguís siendo la nena de seis años que perdió a su papá hace pocos meses; Enrique nos regaló un gatito negro de ojos verdes que una noche desapareció. Lo buscamos por todas partes, dentro de la casa, afuera, en la vereda, no estaba en ningún lado. Se hizo tarde y debías ir a dormir porque al día siguiente teníamos que madrugar para ir a la escuela, pero no había forma de consolarte. Nunca olvidaré que te dormiste sollozando. Por eso, un rato más tarde, cuando lo encontré durmiendo en un rincón de la alacena ajeno a todo, decidí despertarte y ponerlo en tus brazos, para quitarte el sufrimiento. Te reías y llorabas, lloramos juntas (como tantas veces). Y hoy, aunque seas una mujer hecha y derecha y yo una señora abuela, lo único que deseo es que nada te cause dolor. 
3/7/2021

miércoles, 30 de junio de 2021

LAS ALAS DEL DESEO

 

Las alas del deseo. 

En el sueño teníamos la conversación que nunca fue, la que yo me merecía pero fuiste incapaz de abordar. Estábamos embalando las cosas que te llevarías en la mudanza porque nos separábamos y era el día en que te ibas. Me decías que estabas enamorado de otra mujer y eso me desgarraba, pero yo comprendía. Hasta podía ver una expresión feliz en tu cara, y aunque me dolía, lo aceptaba. Por supuesto, como en todos los sueños, la casa no era esta casa, era un ámbito distinto, extraño. 

Luego yo salía afuera, a un espacio verde y soleado. Me encontraba con D.R., mi primer amigo del siglo XXI, a quien hace muchos años no veo (exactamente desde el 15 de julio de 2010 en la Plaza del Congreso, cuando se estaba por votar la ley de matrimonio igualitario) Lo veía venir en sentido contrario a mí, dentro de un parque enorme en el predio de una empresa, bronceado y con un floripondio en la cabeza. Yo lo reconocí primero y lo abordé, “¿D.R.? ¿Qué haces aquí? ¿Qué es eso que te pusiste en la cabeza? ¡Te mandé un montón de mensajes por Facebook y nunca me contestaste, desgraciado!” Él se reía y yo: “Dale, abrazame, si total ya somos sobrevivientes”, y nos abrazábamos, y era un instante de felicidad. Me contó que venía a buscar trabajo, o que ya lo habían contratado y (como si fuera una gran suma) que iba a ganar $20.000… Íbamos a ser nuevamente compañeros de trabajo. Luego cada uno seguía su rumbo, yo iba en busca de un baño… 

Al menos en el sueño se cerró una historia, yo cerré con mi deseo una historia que si fuera por vos habría quedado para siempre inconclusa. Pero también abrí la puerta a experiencias nuevas, a deseos nuevos, a nuevos personajes que llegarán.




 

martes, 25 de mayo de 2021

1987


Me estaba arreglando para ir al acto del 25 de Mayo con la mayor de nuestras hijas que iba a primer grado; me vestí, me pinté un poco. Él me observaba desde la cama y me dijo: “Estás muy linda. Vas a tener que empezar a buscarte otro…” Yo protesté, ofuscada, “cómo se te ocurre, no digas pavadas”. Hacía tres días que masticaba sola lo que los médicos me habían dicho, cuando me citaron para darme el diagnóstico: leucemia mieloblástica aguda. “Su marido tiene un cinco por ciento de posibilidades de sobrevivir”. Salí del hospital como perdida, anonadada por la angustia, pero en el viaje de regreso me sobrepuse para llegar a casa con la mejor cara y transmitirle optimismo. Con eso viví tres días, sin saber cómo manejarlo, si debía decírselo o no, ni cómo hacerlo. Pero esas palabras suyas me decidieron: él tenía conciencia de la gravedad de su estado. Por eso tomé coraje y a la noche de ese 25 de Mayo le conté (sin mencionar lo del cinco por ciento) lo que los médicos me habían dicho, y cuál era el tratamiento a seguir que incluía un posible trasplante de médula. Me compadeció él a mí por haberme callado semejante cosa durante tres días, y a partir de ese momento se dispuso a luchar como un titán hasta el fin, en otra fecha patria.

martes, 27 de abril de 2021

LAS PREGUNTAS DE MATILDA


Matilda vive en una isla del Delta desde que era una beba. Iba con su mamá en un viaje habitual en la lancha colectiva, antes de cumplir tres años; arrodillada sobre el asiento y mirando hacia el exterior formuló en voz alta una pregunta:

-    Agua del río, ¿adónde vas?  


La pregunta no fue hecha a su madre, ni a otro adulto, ni siquiera a otro niño o niña. Le preguntó al río, y esa pregunta la dijo en voz alta, pero quién sabe qué otros interrogantes se formaron en su cabecita mientras veía correr las casas de la orilla, formarse olas al paso de la lancha, oscilar los juncos en un vaivén armonioso hacia uno y otro lado.

A los tres años la mayoría de los chicos comienza a manifestar un ansia insaciable de saber el por qué de todas las cosas. Sus interlocutores son los adultos más cercanos, en cuyas respuestas confían, pero no siempre las obtienen de manera satisfactoria. Probablemente los adultos no estén preparados para dar todas las respuestas, pero mucho menos, para aceptar que, en ocasiones, no conocen la respuesta adecuada. Responder “no sé” propiciaría una búsqueda conjunta, y también, una actitud filosófica que fomentara el asombro y la pregunta como camino, más que la necesidad de arribar a una respuesta que cierre el problema. Fomentar el asombro enriquece la curiosidad del niño y lo entrena para continuar buscando saber. El adulto que perdió su capacidad de asombro y su curiosidad responde “¡Dejame vivir!” al niño que lo acosa con sus preguntas. De esa forma no hace sino truncar una capacidad aparentemente innata de filosofar. Y es que la filosofía no resuelve los problemas sino que los crea.

El asombro parece ser la causa del deseo, la apetencia por saber. Cuando las respuestas míticas no satisfacen ese afán, el filósofo busca los primeros principios o causas. Así, Tales de Mileto se cae reiteradamente en los pozos por ir mirando el cielo, o por preguntarse si el arché es la humedad, el agua. O el filósofo contemporáneo Darío Sztajnszrajber emprende un viaje en colectivo sin saber muy bien hacia dónde, más interesado por hacerse preguntas y buscar el fundamento de todas las cosas que por llegar a un destino. El movimiento constante que despertaba el asombro de Heráclito, o el de Matilda viajando por el río. Tal vez, para una niña que vive plenamente su “edad de los por qué” no exista la conciencia del filosofar, y todo dentro de su mundo no sea más que juego. Tal vez cuando ella llega a su muelle y baja de la lancha ya olvidó la pregunta que hizo al río y se puso a jugar. Tal vez la filosofía no sea más que jugar, asombrarse y preguntar.



jueves, 22 de abril de 2021

DE RISAS Y LLANTOS ESCOLARES

                                          

En estos días que tanto se dijo sobre los niños que lloran porque no les permiten asistir a la escuela, recordé un episodio de mi niñez sanjuanina, cuando cursaba la primaria en la “Normal Sarmiento” de San Juan. En el mismo edificio que ocupa una manzana entera funcionaban el jardín de infantes, primaria, secundaria y profesorados de distintas asignaturas.

Si la memoria no me falla, estaba en segundo grado, una de esas tardes de otoño en que el sol atravesaba las ventanas altísimas, inalcanzables para nuestra estatura y estampaba manchas luminosas en el piso de madera y en el pizarrón. Alguien vino a hablar con la “señorita” Raquel. Cuando esa persona se retiró, la maestra pidió silencio y nos comunicó que a partir de ese momento se suspendían las clases porque la escuela estaba de duelo: había muerto un directivo del profesorado, un personaje totalmente ignorado por estudiantes de siete años en ese momento.

Una compañerita, Susana, muy graciosa con su cara redonda y su pelo crespo peinado en dos trencitas tomó la representación de todos y se puso a gritar de contenta; imposible olvidar tanta alegría al festejar que nos íbamos de la escuela, y se formó una algarabía general que duró muy poco, porque la maestra, muy enojada, nos retó y nos dijo que éramos poco menos que unos salvajes desalmados y no respetábamos la muerte de ese señor desconocido. Nos llamamos a silencio, pero la alegría era indisimulable.


sábado, 17 de abril de 2021

CUCURBITÁCEAS

 Cucurbitáceas (Cucurbitaceae) de la huerta doméstica, vulgo calabaza, o zapallo.

Un 25 de mayo planté un zapallo,
Me salió podrido y se lo di al caballo.
Como el caballo no lo quiso,
Se lo di a un petizo.



A mi papá le encantaba poner sobrenombres a la gente. Tuve un novio al que bautizó “la Cucurbitácea” porque decía que era medio zapallón. Yo estaba muy enamorada y hasta pensaba casarme con ese muchacho, pero después de un año y medio de noviazgo me di cuenta de que la relación no iba. Recién llegada de viaje, lo cité para decirle que lo dejaba, y por esas coincidencias ridículas, era un 25 de mayo. Ahora recuerdo que en tiempos arcaicos, cuando alguien dejaba a su pareja se decía “le dio calabazas”, cualquiera puede buscar su origen y significado en Internet. Así que mi papá se estuvo riendo y cargándome por los siguientes meses sin parar, y bueno, yo también me reía cuando me recitaba esos versos populares.
Tiempo después (no mucho) el pibe se puso de novio con una chica que llegó a ser ministra de educación en su provincia, así que tan zapallo no era el pobre.