jueves, 2 de junio de 2011

CENIZAS

Mi viejo nació el 30 de mayo de 1917; cumplió 83 años, y a los dos días se murió, el 2 de junio de 2000. Estaba sumido desde poco tiempo antes en una demencia senil que lo fue deteriorando día a día. Dejó de ser quien era; cuando salía del baño le decía a mi madre que había un viejo ahí dentro, que lo miraba... no reconocía su propia imagen en el espejo. Y se fue sin que yo pudiera reconciliarme con él, perdonarle sus falencias, pedirle perdón por las mías... Aun así reconozco las cosas que le debo, me identifico con él en muchos detalles de mi vida, tengo ahora una mirada más piadosa sobre sus carencias. Lo recuerdo casi a diario porque me legó el gusto por la música, la poesía, las ansias de conocimiento, la naturaleza, la astronomía, la pregunta filosófica, la sensibilidad social, el interés por la política. Fue un autodidacta polifacético capaz de emprender los trabajos más discímiles: fue relojero, viajante de comercio, horticultor, astrónomo, inventor, poeta, mecánico, pescador, cocinero, gran lector, observador de aves y de insectos, naturalista y botánico, dibujante... Amaba la vida al aire libre y la aventura. Guardo como un tesoro sus poesías, algunas editadas en periódicos o revistas, la mayoría inéditas. Aquí traigo una que me conmovió desde muy chiquita:


PRELUDIO PARA UNA SINFONIA DE LA NOCHE
Aquiétanse por fin las mariposas
En el hondo silencio vespertino,
Y sobre los potreros solitarios,
Acaso en el crepúsculo dormidos,
Como estrellas errantes las luciérnagas
Rasgan el aire sosegado y tibio.
A lo lejos aun silban las perdices
Su amor o su tristeza hechos silbido;
Y los sapos, cantores de la tarde
Luminosa y honda del estío,
Danse a tocar su cascabel sonoro,
En melodioso alarde cristalino
Música de los campos de mi tierra,
A la hora en que el sol, pájaro herido,
Se desploma tras la dura montaña
Y ensangrenta los cielos infinitos.
Silencio...
                Hay un temblor en la melena
De juncos despeinados junto al río:
Sopla la brisa y cállanse los sapos,
Como acatando un ya acordado signo,
Y entonces otros músicos que estaban
En la hierba escondidos
Comienzan a tañer sus instrumentos,
En monocorde, lacerante ritmo:
Se ha iniciado un concierto de langostas,
Con un fondo sinfónico de grillos.
Música de mis valles encantados,
Cuando Venus, con misterioso guiño,
Enciende su fanal sobre el perfil
De acero de los riscos,
A la hora en que el hombre se reencuentra
Sin disfraz ni vestido,
Con su inmenso pasado,
Y está solo, de pie frente al destino.
Voy a marchar. Ya casi no se ven
Las espirales de mi cigarrillo,
Cuando cruza veloz una paloma,
Saeta gris en dirección al nido,
Cortando el arabesco de un murciélago
Por sobre el claroscuro del camino.
Desde un árbol distante lanza un pájaro
Su canto melodioso y dolorido.
Voy a marchar. Diría que me miran las estrellas:
¡La roja Aldebarán, la blanca Sirio!
Se siente en todas partes la presencia
Inmaterial de un hálito infinito...
Y marcho. No sé adónde, pero al irme
Siento que algo profundamente mío
Me abandona, se retrasa y se queda,
Y se hinca en el valle anochecido.
                                  Ramón Fernando Aliaga
Un mes y medio después de su muerte, mi madre y mis hermanas llevaron a esparcir sus cenizas al terruño, a San Juan, a la tierra de la que treinta años antes había salido para no volver más. Yo no pude estar ahí, pero escribí esto en su homenaje:
Cristalino en invierno, el río Sasso corre sin sobresaltos, baja a diluirse en las aguas del río San Juan y luego se extiende entre viñedos y chacras, repartido en acequias y canales. Brillan al sol los cristales del agua risueña, y los peces juegan en el fondo de granito y limo. Estas montañas vieron hace muchos años a un hombre metido hasta las rodillas en el agua por el puro placer de pescar una trucha arco iris, luego arrepentirse y volverla a la corriente. Cielos más jóvenes cobijaron su gozo en comunión con la naturaleza;  cantos rodados menos gastados rugieron movidos por la fuerza poderosa de aquel terremoto del ’65, ahí nomás, del otro lado de la cordillera, removiéndole antiguos miedos. El sol le regaló rojos atardeceres en los que hizo jugar el humo de su cigarrillo mientras una poesía se le iba figurando en el alma, garabateada luego en papel rústico. Un perro abandonado a orillas del río vino sumiso a brindarse por puro afecto a ese hombre, y él, al caer la tarde lo cargó en el canasto de su bicicleta y lo llevó al refugio del hogar. Los sauces llorones renovaron decenas de veces su follaje y le ofrecieron sombra y descanso. El sol y las montañas, sauces y salmones, pinzones azules y rubios benteveos lo saludan al pasar: aquella carne que animó sus huesos, los huesos que soportaron el cuerpo y sus pesares, todo lo que fue un hombre profundo, contradictorio, amoroso y terrible, adusto y tierno, va dispersándose por las aguas del río Sasso convertido en cenizas. Ha empezado su regreso a la tierra, y así como fue humano (tierra que anda), ha vuelto hoy en busca de la quietud secretamente cambiante del suelo. Tal vez encuentre la paz y la felicidad al participar de esa armonía de la naturaleza que siempre lo maravilló, tal vez encuentre al Dios que él imaginó, el hacedor de todas las cosas bellas y buenas, tan otro del dios judeocristiano que lo atormentó y lo volvió ateo. Las tierras que riegan estas aguas, las raíces nutridas por ellas, tienen ahora un halo sagrado.


2 comentarios:

  1. Conocí a un hombre en extremo visceral, generoso en extremo y extremadamente sensible y por ello, sufriente: era puro corazón, sangre y fuego. Heredé de él las eternas preguntas por todas las cosas y la maravillosa necesidad del arte. Mi abuelo tenía los ojos más transparentes, la sonrisa más linda y la carcajada más contagiosa.
    (Eugenia Martín Aliaga)

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  2. ¡¡¡Tía Laura!!!
    ¡Qué grata sorpresa fue enterarme de que le has dedicado tu vida a las Letras, algo tan bello y enriquecedor para el alma. Muchas de las características de Ramón tenía también mi abuelo Coco. Y creo que están en nuestros genes después de todo. Y afortunadamente. De todos modos, seguiré repasando estos textos con mayor detenimiento. Para mi deleite. Besos
    Luciana Aliaga

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