martes, 21 de diciembre de 2010

ÚLTIMO CAPÍTULO!!!

XVII

Ahora, de paso en esta esquina de Sarmiento y Pellegrini, demorada por los recuerdos, cuando el sol ya se ocultaba y el cielo era de jirones índigo, rosa y gris, se sentía no una persona sino varias, deshechas y vueltas a hacer, acabada y renacida, como su nombre, Renata.
O definitivamente muerta. ¿Qué era si no este repliegue sobre sí misma, dedicada exclusivamente a sobrevivir, para mantener sola a sus hijos, con los sueños rotos, ella que aprendió desde muy pequeña que la vida era entrega a los demás, como Cristo, como Evita, como el Che, como los soldados de Malvinas, entrega para la salvación, para la transformación, para la liberación? Sin amor, con algún amante esporádico, hombres que la sentían tan autosuficiente que se le esfumaban después de un breve período de encantamiento, que, en el mejor de los casos, seguían siendo amigos.
En cuanto a la amistad, en una ciudad gigantesca como Buenos Aires era muy difícil no dispersarse. Conocía gente verdaderamente valiosa, hombres y mujeres con los cuales tenía muchos intereses en común, y sin embargo, las actividades de cada uno y las enormes distancias que había que recorrer para encontrarse, luego de largos cabildeos telefónicos para concertar horarios libres terminaban logrando que dejaran de verse. Tal vez pasaban meses o años hasta que un encuentro casual en el subte o en cualquier rincón de la ciudad les hiciera renovar los deseos de reunirse, pero la mayor parte de las veces todo quedaba en buenas intenciones.
En cambio otros, que habían sido sus amigos o compañeros en pasados tiempos, se felicitaba de ya no frecuentarlos ni mantener vínculo alguno, sobre todo cuando los veía aparecer en los medios de prensa como funcionarios o candidatos de cualquier partido político, ganados finalmente por un sistema que décadas atrás habían pretendido combatir.
Renata consideraba que sus dos hijos ya adolescentes emprenderían el vuelo cuando ella menos lo esperara, y se quedaría sola, con las manos y el corazón vacíos... Al fin también ella se había dejado tragar por el sistema, por este mundo globalizado que propugna la libertad del gallinero, donde gana el más astuto, donde ganar implica resignar ideales, someterse a las reglas, dejarse coger, cagar a los demás.
Ella que trabajaba en una radio sabía que sólo se podía difundir aquello que vendiera; hablar de lo que no provocara escozor al poder. Si hasta los periodistas aparentemente independientes tenían que acordar ciertas pautas para mantener sus programas vigentes. La tan soñada libertad de prensa no era más que libertad de empresa; los monopolios informativos marcaban la línea de lo que se debía decir y también –sobre todo- de lo que se debía callar.

 Volver a las raíces: he ahí la cuestión. Fue una rama que se extendió demasiado del tronco, “se fue en vicio” como decían las viejas hablando de sus enredaderas y malvones en los patios de otrora. ¿Qué habría sido de sus antiguos compañeros de colegio, de los compañeros de militancia política que al igual que ella no se habían prostituido? ¿Habría muerto don Ignacio, el profesor que relataba sus experiencias o sus fantasías, vaya a saber, bajo el cielo estrellado de Caucete? ¿Adónde estaría aquel curita salteño de cabellos duros como cerdas que comprendió su búsqueda religiosa y fue capaz de salirse de las reglas para que Renata tomara su tardía primera comunión?
Tarde había llegado a tantas cosas... al sexo, cuando ya hasta la liberación sexual femenina había pasado de moda; al encuentro de una vocación; al mundo laboral; al feminismo; al ateísmo, después de haber cargado con cuanto prejuicio y culpa fomenta la Santa Iglesia. Sentía que cuando ella recién estaba llegando, todo el mundo ya pegaba la vuelta.
Pero al menos después de este lapso de tiempo inconmensurable en que se quedó detenida en la esquina de Sarmiento y Pellegrini, estaba segura de haber llegado a una decisión acertada: volver a buscar, a sentir por fin esas raíces que perdió. Las raíces del rosal de dos rosas fragantes y una seca que era ella misma.
Ya buscaría la forma. ¿Con los chicos? Difícilmente ellos quisieran renunciar a su lugar en Buenos Aires, y ella no tenía por qué imponerles también el desarraigo. Quizá más adelante, cuando ya fueran independientes.
Sí, volver, de eso se trataba. Tal vez hasta podría ocurrir que desidealizara aquello lejano y soñado, tal vez confirmara veinte años después que su lugar estaba aquí, en la ciudad sin alma, y en ese caso, aquí también tendría un lugar propio. Deficiente, incompleto, pero propio. Se sintió liberada y feliz; la angustia que otras veces le oprimía la garganta se disipó. Como en muy escasas ocasiones se sentía experimentando una Epifanía.
 Ya estaba anocheciendo. Dos, tres, tal vez más mendigos de distintas edades se agrupaban en la vereda, con sus cartones y diarios, con las sobras de comida conseguidas en restaurantes o en tachos de basura, sucios, tristes, grotescos.
Volver: este repaso de su vida en un tiempo que no podía medir, detenida sin saber por qué en una esquina de Buenos Aires, le había servido para descubrir lo que necesitaba. Aquel rosal con dos o tres flores, aquel rosal con débiles raíces que no pudo soportar una tormenta (el del jardín de su casa, el de la foto de su hijita cuando tenía unos meses, se había secado, todo un símbolo), era ella misma. No había echado raíces fuertes ni en la tierra que dejó, ni aquí donde era uno de tantos seres solitarios, aislados, sin contención en la ciudad sin alma.
Se alejó de la marquesina y cruzó Carlos Pellegrini. No vio nada más. No vio que uno de los pordioseros vestido de pringosos harapos, con costras de roña en la piel y hediendo a orín era Raúl. No vio el semáforo de la 9 de Julio en rojo, no vio la manada de autos que se le venía encima a toda velocidad. No vio ni sintió nada más. Nunca.

Hurlingham, 15 de enero de 1999.
 ¿Por pura casualidad? Se cumplen cincuenta y cinco años del terremoto de 1944 en San Juan.


4 comentarios:

  1. Muchas gracias! ¿a quién debo (qué persona lo firma) este comentario elogioso? Bueno, aunque con 11 días de nuevo año, retribuyo los saludos y buenos deseos...
    La Autora

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  2. Empecé por el final, y es muy bueno, Laura; así que ya me pongo a buscar el cap. 1 luego te cuento. Saludos!

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  3. Gracias, Gustavo, bienvenido a la lectura de este blog... yo sé que cuesta, a mí misma me da trabajo leer sobre la pantalla y no en papel impreso, pero a veces vale la pena. Un saludo cordial!

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