lunes, 29 de agosto de 2011

EL SABIO JOSÉ

Ayer domingo muy cerca de la medianoche ví con mucho interés el último programa, al menos de un primer ciclo, de El Debate en la TV Pública conducido por Adrián Paenza, cuyo tema era "¿Son necesarias las religiones?", en el que dos intelectuales defendieron las posiciones a favor y en contra, el Teólogo Rubén Dri y el Doctor en Física Alberto de la Torre respectivamente. Estaban invitados también para realizar preguntas lo más objetivas posible, Noé Jitrik, crítico literario y periodista, y otra intelectual a quien confieso no conocer, no registré el nombre, y a pesar de haberlo buscado, no lo encuentro. 
Lamentablemente Noé Jitrik no entendió la consigna, y haciendo gala de una vieja maña que lo caracteriza, se puso a exponer su pensamiento, con una visible ansia de aprovechar el tiempo y el espacio que no le pertenecían para demostrar una inoportuna erudición. Fue evidente que Adrían Paenza se puso muy incómodo y lo tuvo que interrumpir, en las dos intervenciones de  Jitrik, su aporte fue paupérrimo, por no decir nulo, y su actitud soberbia, exasperante. 
Entonces recordé la ocasión en que José Saramago, (Premio Nobel de Literatura 1998, un escritor que rompió todos los moldes, porque era a la vez un filósofo profundo y poeta exquisito, un ateo militante que dio ejemplo con su vida de que no son necesarias las religiones para tener una conducta ética, para ser humilde, solidario, comprometido, trabajador y dejar un legado a la humanidad) asistió al Museo Nacional de Bellas Artes para dar una conferencia  en el año y mes del centenario del nacimiento de Jorge Luis Borges. La conferencia programada finalmente se desvirtuó, y para conseguirlo,  el mencionado Noé Jitrik tuvo una participación activa. En aquella ocasión fue acompañado en el mismo cometido de intentar interrumpir y "moderar" a Saramago por el director del Museo Nacional de Bellas Artes, Jorge Glusberg.

Jorge Glusberg

Noé Jitrik
Se me ocurrió escribir entonces un texto en forma de fábula, que le envié por correo al maestro Saramago, y con gran sorpresa, poco tiempo después, tuve el acuse de recibo, una carta enviada por su secretaria en aquel entonces, en la que me agradecía la mía, y me informaba que el escritor la había leído, pero que por encontrarse en Chiapas reunido con el Subcomandante Marcos, no podía responderme él personalmente... (cuál no sería mi orgullo si lo hubiera hecho) 


Esta es la fábula:

Al sabio José lo invitaron a celebrar el centenario de un viejo egoísta y ciego que nunca supo otra cosa que escribir, por lo cual se pasó la vida pidiendo perdón por su ignorancia sobre todos los temas. El sabio José debía aportar a la fiesta el adorno más costoso: una joya de oro y pedrería heredada de un histrión italiano en Estocolmo. Y allá fue José, con gesto manso y divertido.
Los concurrentes desbordaron la capacidad del salón. Muchos fueron por el sencillo placer de escuchar las palabras de un hombre sabio, pero, ay, desgraciadamente, muchos más sólo por ver brillar la joya sueca. (Parece ser que ésta era como aquel famoso traje del rey que se paseaba desnudo en medio de su pueblo). Y se apretujaron todos, y los que habían llegado temprano y estaban sentados, se enojaron con los que se amontonaban de pie en los pasillos, impidiendo a los primeros la vista del podio sobre el cual actuarían los notables. Entonces comenzaron a levantarse airadas voces, algunas - las menos - en contra de quienes habían mal organizado la fiesta, permitiendo entrar a cuatrocientos donde cabían cien. Empezó una pelea de ciegos, que todos parecían serlo, sin ninguna mujer de médico que actuara con sensatez en aquella batahola. Solamente cuando alguien recordó que todos se habían congregado para conocer al sabio José se calmaron un poco los ánimos.
Los malos organizadores decidieron poner sillas y un equipo de sonido en los pasillos para que al menos escucharan los que ya no ingresarían al salón. Uno de ellos fue increpado porque entró a codazos, y como casi nadie sabía quién era, los que quisieron detenerlo pensaron que era un colado. Hubo quien se burló diciendo, "Ah, yo también diré que soy uno de los organizadores así me meto más adentro". Pasados unos minutos apareció un enorme vigilador y ordenó que todos se hicieran pequeños, que se aplastaran unos contra otros para dejar un pasillo por donde entrarían el sabio José y los notables, circunstancia que fue aprovechada por algunos inescrupulosos para avanzar un poco más, cerca del escenario. Y por ese pasillo formado por cuerpos humanos avanzó el sabio José, con los ojillos sonrientes y asombrado de ver tanta gente congregada a su alrededor, y hasta con talante humilde, meneando la cabeza, como diciendo, "¿Todo esto es por mí?" Los concurrentes prorrumpieron en aplausos; alguna sensible mujer lloraba, otros gritaban vivas. Cuando se restableció el silencio, el notable director del museo presentó innecesariamente a José el Sabio y, haciendo gala de gran estupidez, como si estuviera lanzando al mundo una gran verdad filosófica, afirmó que el día más feliz de José había sido aquel en que supo que era el heredero de la joya sueca. José entonces, como pidiendo permiso, dijo a todos que la felicidad sólo proviene de las cosas pequeñas, y que el día en que se dirigía a Estocolmo a recibir el galardón se sintió el hombre más solo del mundo.
Luego tomó la palabra el otro notable que fuera confundido con un colado, quien por su condición de periodista había sido puesto allí para tirar de la lengua de José el Sabio. Cómo iba a desperdiciar tamaño auditorio: empezó a perorar acerca del mundo y sus alrededores, con lo cual desató nuevamente la ira de los asistentes, quienes empezaron a gritar vehementemente que se callara, que todos estaban allí para escuchar a José. La escena se repitió por lo menos tres veces a lo largo de las dos horas en que transcurrió el evento, porque la tentación de competir con el sabio parecía ser irresistible para los notables. Y las sencillas palabras de José no hacían sino destacar la pobreza intelectual y la soberbia de los que lo flanqueaban.- Soy ateo -, dijo; soy comunista; si tantos miles se dicen católicos sin culpa alguna, permítaseme que me proclame comunista. No me gusta este mundo del cual en poco tiempo me iré, pero todavía lucho por cambiarlo. Las ideas no han muerto: el Mercado es una idea. Lástima que el Papa no anunció antes que el Cielo y el Infierno no existen: se habrían evitado miles de muertes innecesarias...
Una niña se retiró de la sala a punto de desmayarse por falta de aire para respirar, pero se quedó afuera con su madre escuchando con respetuosa atención por los parlantes que amplificaban la dulce voz de José.


Finalmente, el sabio dijo que como a él lo habían invitado para dar una conferencia, preparó un tema para disertar: "Las campanas y el derecho" era el título de la conferencia que nadie pudo escuchar, porque los notables, arrogantes, habían cambiado las reglas del juego y no dejaron que el sabio hablara con absoluta libertad. La madre de la niña que estuvo a punto de desmayarse pensó que tal vez fuera porque la verdad en boca de un sabio puede resultar peligrosa para algunos, para aquellos que quieren sólo la exposición de una joya de oro y pedrería en un museo, pero se empeñan en no menear ideas que hagan tambalear el estado de las cosas.

AGOSTO DE 1999 (en ocasión de la asistencia de José Saramago a los actos en conmemoración del Centenario de Jorge Luis Borges)


Gracias a esta maravilla que es Internet encontré la transcripción de aquel evento en el que un par de intelectuales argentinos, Jorge Glusberg , Director del Museo Nacional de Bellas Artes y especialmente Noé Jitrik, hicieron un memorable papelón, una demostración de solepsismo y soberbia inauditos, frente a un gran hombre, un filósofo, tan enorme y tan sencillo que con su palabra y su pensamiento lo iluminaba todo, y los eclipsaba a ellos. Vale la pena leerla:



AVISO: Años después compruebo que la página de El interpretador que tenía el registro detallado del papelón narrado ha sido levantada.

3 comentarios:

  1. Yo tuve tu misma sensación que tú. Ser pedante es parte de la condición humana, pero la pedantería tiene un límite, y ese límite lo marca el respeto al derecho y al talento ajeno, lo marca la humildad que presupone callar cuando son otros los que tienen que decir algo, aunque nosotros creamos que se pudo haber dicho más.

    Tu artículo es magnífico, excelente. Gracias, Lau.

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  2. Gracias, Orlando, siempre muy valorados tus comentarios...¿para cuándo tu novela? Estamos ansiosos por leerte.

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  3. Acabo de entrar a mi propio blog y me encuentro la cara de Federico Pinedo, horror!!! Juro que yo no lo puse ahí, es la publicidad que no discrimina!!! Socorrooooooooooooo!!!

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