LA EMPANADA SOLEMNE
Por este tiempo se cumple un año de vivir sola
con mi humana. El último mes que pasó el tipo en la casa no fue muy grato,
porque, encima de todo, se contagió del
virus pandémico y se la pasó encerrado con cara de protomártir. Y mi mascota
mujer le seguía cocinando, lavando la ropa, lo atendía estoicamente cuando en realidad
tenía ganas de pegarle un flor de patadón en la parte trasera de su humanidad.
Una de sus hijas le había regalado una caja de té de arándanos, y como tiene
algunos genes británicos en su sangre, con esa educada amabilidad parecida a la
furia contenida, ella le ofrecía todas las tardes algún té de las muchas
variedades que guarda en una caja decorada con decoupage: él siempre elegía el
de arándanos, de manera que cuando llegó el día de mudarse casi no quedaba ni
uno, cosa que a ella indignó. Si hubiera tenido aspiraciones trágicas para su
vida le habría metido un buen veneno en esos tés, y hoy yo estaría viviendo
quién sabe dónde porque ella estaría en la cárcel. Pero la tipa no es tonta, su objetivo era liberarse
de ese fardo de 90 kg para vivir mejor y ser feliz, además, se debía a mí, su
obligación era y es mi bienestar en todo momento. Pero en aquellos días, cuando
llegaba la noche, yo prefería dormir con el tipo en el colchón que tenía en el
living, y ella aún se jactaba de que con el único animal que había tolerado
dormir era con el marido. La comparación no era inexacta porque me consta que
aquel humano emitía unos ronquidos parecidos a los de un león en celo, al menos
hasta que empezó a usar un aparato al que se conectaba para dormir, entonces no
roncaba pero parecía un elefante con su larga trompa. Más tarde se acostumbró a
dormir conmigo.
Por fin llegó el día de la mudanza: como había
mucho movimiento en la casa yo estaba nerviosa y me la pasé entrando y
saliendo. Escuché que hablaron de que yo me podía mudar con él y eso me hizo
sentir como si fuera un mueble, no un ser sentipensante…
Pero el tipo dijo que no podía llevarme porque iba a estar poco tiempo en su
nuevo domicilio, gracias a que ahora (por fin) tenía trabajo. Pero lo que
recuerdo bien fue que la noche anterior mi humana no cocinó, pidió empanadas
por teléfono, y cenaron juntos muy civilizadamente. Cuando él se sentó a la
mesa, con tono compungido y solemne dijo:
-¡Empanadas! El día que llegué a la Argentina
también comimos empanadas…
-Mirá vos… Fue la única respuesta.