martes, 27 de abril de 2021

LAS PREGUNTAS DE MATILDA


Matilda vive en una isla del Delta desde que era una beba. Iba con su mamá en un viaje habitual en la lancha colectiva, antes de cumplir tres años; arrodillada sobre el asiento y mirando hacia el exterior formuló en voz alta una pregunta:

-    Agua del río, ¿adónde vas?  


La pregunta no fue hecha a su madre, ni a otro adulto, ni siquiera a otro niño o niña. Le preguntó al río, y esa pregunta la dijo en voz alta, pero quién sabe qué otros interrogantes se formaron en su cabecita mientras veía correr las casas de la orilla, formarse olas al paso de la lancha, oscilar los juncos en un vaivén armonioso hacia uno y otro lado.

A los tres años la mayoría de los chicos comienza a manifestar un ansia insaciable de saber el por qué de todas las cosas. Sus interlocutores son los adultos más cercanos, en cuyas respuestas confían, pero no siempre las obtienen de manera satisfactoria. Probablemente los adultos no estén preparados para dar todas las respuestas, pero mucho menos, para aceptar que, en ocasiones, no conocen la respuesta adecuada. Responder “no sé” propiciaría una búsqueda conjunta, y también, una actitud filosófica que fomentara el asombro y la pregunta como camino, más que la necesidad de arribar a una respuesta que cierre el problema. Fomentar el asombro enriquece la curiosidad del niño y lo entrena para continuar buscando saber. El adulto que perdió su capacidad de asombro y su curiosidad responde “¡Dejame vivir!” al niño que lo acosa con sus preguntas. De esa forma no hace sino truncar una capacidad aparentemente innata de filosofar. Y es que la filosofía no resuelve los problemas sino que los crea.

El asombro parece ser la causa del deseo, la apetencia por saber. Cuando las respuestas míticas no satisfacen ese afán, el filósofo busca los primeros principios o causas. Así, Tales de Mileto se cae reiteradamente en los pozos por ir mirando el cielo, o por preguntarse si el arché es la humedad, el agua. O el filósofo contemporáneo Darío Sztajnszrajber emprende un viaje en colectivo sin saber muy bien hacia dónde, más interesado por hacerse preguntas y buscar el fundamento de todas las cosas que por llegar a un destino. El movimiento constante que despertaba el asombro de Heráclito, o el de Matilda viajando por el río. Tal vez, para una niña que vive plenamente su “edad de los por qué” no exista la conciencia del filosofar, y todo dentro de su mundo no sea más que juego. Tal vez cuando ella llega a su muelle y baja de la lancha ya olvidó la pregunta que hizo al río y se puso a jugar. Tal vez la filosofía no sea más que jugar, asombrarse y preguntar.



jueves, 22 de abril de 2021

DE RISAS Y LLANTOS ESCOLARES

                                          

En estos días que tanto se dijo sobre los niños que lloran porque no les permiten asistir a la escuela, recordé un episodio de mi niñez sanjuanina, cuando cursaba la primaria en la “Normal Sarmiento” de San Juan. En el mismo edificio que ocupa una manzana entera funcionaban el jardín de infantes, primaria, secundaria y profesorados de distintas asignaturas.

Si la memoria no me falla, estaba en segundo grado, una de esas tardes de otoño en que el sol atravesaba las ventanas altísimas, inalcanzables para nuestra estatura y estampaba manchas luminosas en el piso de madera y en el pizarrón. Alguien vino a hablar con la “señorita” Raquel. Cuando esa persona se retiró, la maestra pidió silencio y nos comunicó que a partir de ese momento se suspendían las clases porque la escuela estaba de duelo: había muerto un directivo del profesorado, un personaje totalmente ignorado por estudiantes de siete años en ese momento.

Una compañerita, Susana, muy graciosa con su cara redonda y su pelo crespo peinado en dos trencitas tomó la representación de todos y se puso a gritar de contenta; imposible olvidar tanta alegría al festejar que nos íbamos de la escuela, y se formó una algarabía general que duró muy poco, porque la maestra, muy enojada, nos retó y nos dijo que éramos poco menos que unos salvajes desalmados y no respetábamos la muerte de ese señor desconocido. Nos llamamos a silencio, pero la alegría era indisimulable.


sábado, 17 de abril de 2021

CUCURBITÁCEAS

 Cucurbitáceas (Cucurbitaceae) de la huerta doméstica, vulgo calabaza, o zapallo.

Un 25 de mayo planté un zapallo,
Me salió podrido y se lo di al caballo.
Como el caballo no lo quiso,
Se lo di a un petizo.



A mi papá le encantaba poner sobrenombres a la gente. Tuve un novio al que bautizó “la Cucurbitácea” porque decía que era medio zapallón. Yo estaba muy enamorada y hasta pensaba casarme con ese muchacho, pero después de un año y medio de noviazgo me di cuenta de que la relación no iba. Recién llegada de viaje, lo cité para decirle que lo dejaba, y por esas coincidencias ridículas, era un 25 de mayo. Ahora recuerdo que en tiempos arcaicos, cuando alguien dejaba a su pareja se decía “le dio calabazas”, cualquiera puede buscar su origen y significado en Internet. Así que mi papá se estuvo riendo y cargándome por los siguientes meses sin parar, y bueno, yo también me reía cuando me recitaba esos versos populares.
Tiempo después (no mucho) el pibe se puso de novio con una chica que llegó a ser ministra de educación en su provincia, así que tan zapallo no era el pobre.