“Al macho, escracho” se lee o se escucha cuando ocurre un caso de abuso por parte de un hombre, una violación, un femicidio. Hay cultores de la corrección política a ultranza que no están de acuerdo con escrachar a nadie. Algunas personas “progres” afirman sólo aceptar aquellos escraches que se hacía a los militares genocidas de la última dictadura cívico-militar-eclesiástica, antes de que el Estado asumiera la responsabilidad de buscar memoria, verdad y justicia.
Sin embargo, hay situaciones que todavía se consideran dentro del ámbito
de lo privado, por ejemplo, la infidelidad. Aun hoy hay una mirada diferente
hacia la mujer infiel (la puta, la insaciable, la adúltera) que hacia el hombre
(bueno, es hombre, seguramente que alguna chirusa lo calentó –otra mujer
culpable-, pero él es una buena persona). Hay casos en que la infidelidad es
recíproca, pero cada uno tiene sus aventuras sexuales fuera del matrimonio. Es
un pacto tácito de convivencia civilizada, si bien no se puede sostener mucho
tiempo, suele terminar en divorcio. Alguna vez salí con un tipo que “se estaba
separando”, en una ocasión le pregunté por su mujer y me contestó, muy suelto
de cuerpo “Y, andará cogiendo por ahí”. Hoy, en un sector social minoritario,
especialmente farandulero, se habla del “poliamor”, algo así como el amor
libre, que implica relaciones abiertas en las que, por consenso, una pareja
establecida puede tener encuentros amorosos fuera de ella sin que eso rompa el
vínculo.
Pero pensemos en la infidelidad dentro de una pareja cuyo pacto inicial es de compromiso y fidelidad mutua, en la que, pasado un tiempo y vaya a saber por qué conjunto de razones, el hombre tiene una aventura clandestina con otra mujer, o varias, y esto lleva a la separación porque su pareja no está dispuesta a tolerar ni perdonar, especialmente si el actor no da muestras de arrepentimiento ni de estar dispuesto a enmendar la plana, y también porque la confianza inicial se ha visto burlada y ya no hay posibilidad de recomponer la relación. Hagamos una aclaración en este punto: en una relación de pareja, está claro que no somos dueños del otro/ otra, simplemente hay un acuerdo en los términos de cómo se vivirá ese amor. Desde luego, influye la cultura, la moral, el mandato social, lo que fuere, siempre hay un marco de referencia. El tema de la infidelidad se supone que debe quedar en el ámbito privado; nuestras abuelas y madres, y aún algunas de nuestras coetáneas toleraron y toleran la infidelidad del marido porque, en definitiva, “él siempre vuelve a casa”, “él todas las noches duerme conmigo”, “conmigo es amor, con la otra es sólo sexo”. Esto en una etapa previa a la decisión de separarse, que, casi siempre, toma la mujer. En el modelo tradicional, la mujer separada sigue el mandato de la resignación, de tratar de reconstruir su autoestima mellada, de reparar las heridas que el otro le causó, pero calladita la boca. Si hay bienes en disputa se plantean en un juicio de divorcio, pero las cosas no van más allá. Sin embargo, en estos tiempos en que el feminismo atraviesa todos los actos de la vida, las mujeres tenemos la posibilidad de hacer público lo privado. De escrachar, de decir que el motivo de la separación está en las incontables infidelidades del tipo, como una manera de equilibrar el daño sufrido por parte de él, que la descuidó, que la expuso a transformarse en la cornuda pero también a contraer enfermedades de transmisión sexual. Hoy están las redes sociales en las que cualquiera puede publicar lo que quiera. Pero aquí aparece el modelo patriarcal de sociedad que subsiste: el hombre escrachado siente que está en peligro su “prestigio”, sus amigos, conocidos, clientes, alumnos, pueden enterarse de que el señor encantador al que tratan no es más que un sinvergüenza que ha traicionado a lo que supuestamente más amó, al menos un tiempo, y que no tuvo la valentía necesaria para salir de una relación que ya no lo hacía feliz. Se quedó, desprestigiándose solito y desprestigiando a la que decía amar, pero ahora que se ve expuesto está incómodo, está molesto, temeroso de que “la loca” lo haga quedar mal ante su círculo social. Entonces pide silencio, pide discreción, se pone como ejemplo de ésta diciendo que él no le ha comentado a nadie los motivos de su separación, ¡qué gracioso!, es lógico que no va a decir a los cuatro vientos “me separé porque mi mujer me echó por hacerla cornuda”. Mujer que debe seguir siendo modosita, calladita y buena, y no desprestigiarlo, pobre señor, no vaya a ser…
La buena noticia es que el feminismo habilita a las mujeres a
visibilizar aquello que antes se mantenía entre las cuatro paredes de la casa
en la que debíamos estar confinadas: lo que eran crímenes pasionales, gracias a
su visibilización, hoy se denomina femicidio; los golpes que los hombres
asestaban a sus mujeres y que pasaban por accidentes o caídas, minimizados por
las propias víctimas, hoy se llaman violencia de género, violencia doméstica; la
extorsión económica ejercida por los hombres sobre sus mujeres, hoy también se
ha blanqueado, la violación dentro del matrimonio, tan común y que antiguamente
era negada y las víctimas no podían hablar de ella porque sabían que no se les
iba a creer, hoy se ventila y se denuncia. Por lo tanto, señor que teme por su
ajado prestigio, ¡lo hubiera pensado antes! El feminismo no es para declamar o mostrar lo bien que usted puede lavar (de vez en cuando) los platos, el
feminismo abarca todos los ámbitos: organiza marchas por Ni una menos a las que
usted puede adherir, hace vigilias frente al Congreso durante el tratamiento de
la Ley de interrupción voluntaria del embarazo, que usted tiene derecho a
apoyar, pero también saca a la luz sus chanchullos de macho patriarcal y lo
deja desnudo en público. Aguántese la exposición, así como su mujer ha llevado
los cuernos durante tanto tiempo y a usted no se le movió un pelo. Tal vez las
pequeñas feministas que hoy se están formando logren que el día de mañana se
termine el mandato social del amor cortés, del matrimonio “para toda la vida”,
la familia tradicional en la que los varones “ayudan” con las tareas domésticas, la lista es interminable,
y el feminismo, un movimiento, es decir, algo que nunca está quieto y avanza,
no en línea recta, aleatoria y desprolijamente, empujando a gritos agudos
porque tenemos voz de mujer, pero siempre activo. El silencio queda para los machitos culposos o para los
cementerios.