Esto
escribí hace algunos años, a propósito de un artículo escrito por
Gabriel García Márquez, que luego fue ampliado y publicado en 2003 bajo
el título de "Chile, el golpe y los gringos", y para el que quiera
leerlo, adjunto aquí el link:
http://www.elortiba.org/neruda2.html
Dispongo de media hora - lo que dura mi viaje en tren de regreso a casa - para leer una crónica histórica de Gabriel García Márquez sobre Chile, desde 1969, hasta la dictadura de Pinochet. Por esas misteriosas combinaciones del inconsciente me da por recordar el puerto de San Pedro, donde el barco “Presidente Allende” de bandera cubana cargaba veinticinco mil toneladas de maíz, y el fervor conque hablaban sus tripulantes sobre Fidel Castro y su Revolución. Era mayo de 1984. Pero voy aun más atrás en el tiempo: septiembre de 1973: ambos teníamos dieciséis años. Yo vivía en La Rioja, vos ya en Buenos Aires. Me pregunto qué recordarás de aquel 11 de septiembre de 1973. Yo me veo pegada al aparato de radio, escuchando por onda corta las emisoras de Santiago, con un nudo en la garganta, pero al menos el primer día, con la esperanza de que el pueblo chileno se levantara y venciera a los gorilas que pretendían truncar su revolución. Con el correr de las horas me di cuenta de que otro sueño se esfumaba. Claro, ignoraba estos detalles de los que ahora me entero leyendo a García Márquez. Ignoraba que el propio Allende había reconocido que la Unidad Popular tenía el gobierno, pero no el poder. Y que, como Chile, también Argentina estaba en la mira del Imperialismo, y toda Latinoamérica por entrar en una etapa de trágico retroceso político. Con dieciséis años y escuchando “Yo tengo fe” por el oportunista Palito Ortega, y creyendo que Perón era eterno y que la “revolución en paz” era posible, difícilmente podía oír las balas que silbaban ahí, apenas detrás de la cordillera.
En 1973 aun no había leído a García Márquez. Sí tenía, entre otros sueños, el de escribir, que estuvo ligado a muchas frustraciones.
Subrayo algunos párrafos que luego te mostraré. Este colombiano es un monstruo: da al diablo con las teorías literarias, y toda esa sarta de esquemas que se aprenden por ahí. Él escribe historia pero puede darse el lujo de hacer literatura, y contar que siete militares chilenos cenaron en Washington a fines de 1969 y “bebieron los vinos de corazón tibio de la remota patria del sur donde había pájaros luminosos en las playas…” O que Allende estaba “envejecido, tenso y lleno de premoniciones lúgubres, en el diván de cretona amarilla…”
Nada le importa la objetividad que supuestamente debe regir al historiador, y permite que asomen sus sentimientos cuando dice que Salvador Allende murió “defendiendo toda la parafernalia apolillada de un sistema de mierda que él se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro”. Pensar que tuvieron el descaro de querer hacernos creer que Allende se había suicidado… (*)
Y nos toca, a vos y a mí, que en aquellos años no nos conocíamos, ni lo conocíamos a él, con las palabras finales: “El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo, y que se quedó en nuestras vidas para siempre”.
Tal vez García Márquez nunca sospeche que lo suyo me mueve a creer que fue necesario ese sufrimiento, como tantos otros en tu vida personal y en la mía, para llegar a ser lo que somos hoy, y compartir ahora estas cosas. Y desear que para Chile, para Argentina, para Latinoamérica toda, y para nosotros se abran caminos de esperanza.
Laura Aliaga - 1991
(*) Muchos años después se confirmó que, efectivamente, Salvador Allende se había suicidado.
http://www.elortiba.org/neruda2.html
CHILE, GARCÍA MÁRQUEZ Y NOSOTROS
Dispongo de media hora - lo que dura mi viaje en tren de regreso a casa - para leer una crónica histórica de Gabriel García Márquez sobre Chile, desde 1969, hasta la dictadura de Pinochet. Por esas misteriosas combinaciones del inconsciente me da por recordar el puerto de San Pedro, donde el barco “Presidente Allende” de bandera cubana cargaba veinticinco mil toneladas de maíz, y el fervor conque hablaban sus tripulantes sobre Fidel Castro y su Revolución. Era mayo de 1984. Pero voy aun más atrás en el tiempo: septiembre de 1973: ambos teníamos dieciséis años. Yo vivía en La Rioja, vos ya en Buenos Aires. Me pregunto qué recordarás de aquel 11 de septiembre de 1973. Yo me veo pegada al aparato de radio, escuchando por onda corta las emisoras de Santiago, con un nudo en la garganta, pero al menos el primer día, con la esperanza de que el pueblo chileno se levantara y venciera a los gorilas que pretendían truncar su revolución. Con el correr de las horas me di cuenta de que otro sueño se esfumaba. Claro, ignoraba estos detalles de los que ahora me entero leyendo a García Márquez. Ignoraba que el propio Allende había reconocido que la Unidad Popular tenía el gobierno, pero no el poder. Y que, como Chile, también Argentina estaba en la mira del Imperialismo, y toda Latinoamérica por entrar en una etapa de trágico retroceso político. Con dieciséis años y escuchando “Yo tengo fe” por el oportunista Palito Ortega, y creyendo que Perón era eterno y que la “revolución en paz” era posible, difícilmente podía oír las balas que silbaban ahí, apenas detrás de la cordillera.
En 1973 aun no había leído a García Márquez. Sí tenía, entre otros sueños, el de escribir, que estuvo ligado a muchas frustraciones.
Subrayo algunos párrafos que luego te mostraré. Este colombiano es un monstruo: da al diablo con las teorías literarias, y toda esa sarta de esquemas que se aprenden por ahí. Él escribe historia pero puede darse el lujo de hacer literatura, y contar que siete militares chilenos cenaron en Washington a fines de 1969 y “bebieron los vinos de corazón tibio de la remota patria del sur donde había pájaros luminosos en las playas…” O que Allende estaba “envejecido, tenso y lleno de premoniciones lúgubres, en el diván de cretona amarilla…”
Nada le importa la objetividad que supuestamente debe regir al historiador, y permite que asomen sus sentimientos cuando dice que Salvador Allende murió “defendiendo toda la parafernalia apolillada de un sistema de mierda que él se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro”. Pensar que tuvieron el descaro de querer hacernos creer que Allende se había suicidado… (*)
Y nos toca, a vos y a mí, que en aquellos años no nos conocíamos, ni lo conocíamos a él, con las palabras finales: “El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo, y que se quedó en nuestras vidas para siempre”.
Tal vez García Márquez nunca sospeche que lo suyo me mueve a creer que fue necesario ese sufrimiento, como tantos otros en tu vida personal y en la mía, para llegar a ser lo que somos hoy, y compartir ahora estas cosas. Y desear que para Chile, para Argentina, para Latinoamérica toda, y para nosotros se abran caminos de esperanza.
Laura Aliaga - 1991
(*) Muchos años después se confirmó que, efectivamente, Salvador Allende se había suicidado.