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lunes, 16 de octubre de 2023
MAR DE LAS PAMPAS
Tengo sentimientos contradictorios hacia este lugar. Supe de su existencia hace más de treinta años, cuando participaba del taller literario de Vicente Zito Lema y también de la redacción del frustrado segundo ciclo de la revista Fin de Siglo (el primero terminó en 1987) En noviembre de 1991 sacamos un “número cero”, en pleno gobierno menemista, con hiperinflación y miseria, cuando en Rosario la gente mataba gatos para alimentarse. La tapa de ese ejemplar era una composición fotográfica: un plato en una mesa servida con cubiertos lujosos y dentro del plato, rodeado de una guarnición de verduras, un busto de San Martín. El título general era: “LA SOCIEDAD ARGENTINA ESTÁ LOCA”.
Después vinieron días de mucho trabajo, reuniones de redacción, buscar notas, entrevistas, avisos publicitarios. El número uno debía salir antes de fin de año, pero, inexplicablemente, el director, Vicente Zito Lema, desapareció: no estaba en su casa de Flores donde solíamos reunirnos, no había manera de establecer contacto con él ni con su mujer holandesa. En el grupo cundió la desazón. Luego supimos que Vicente sufría depresión y se había refugiado en su casa (aún en construcción) de Mar de las Pampas. Se comentaba que aquella había sido proyectada como una casa de muñecas, con muchas ventanas de cristal. Nunca la conocí; en ocasiones en que estuve por poco tiempo –muchos años después- me habría encantado verla, pero no tuve a nadie que me indicara su ubicación.
Me enojé mucho con aquella defección de Vicente; el grupo quedó resentido y terminó disolviéndose. No volvimos a juntarnos para levantar el proyecto de la revista Fin de Siglo que quedó trunco para siempre, tampoco continuó el taller literario, al menos con aquellos compañeros. Por eso para mí Mar de las Pampas tiene una connotación negativa, más la contradicción (hija de la incomprensión): ¿cómo, un militante, un hombre de izquierda, podía darse esos dos lujos: deprimirse y tener recursos para construir una casa lujosa en un lugar exclusivo de difícil acceso y muy poco conocido, reservado a cierta clase social. En esa época no toleraba esas ambiciones pequeño burguesas, la austeridad y la pobreza eran valores que cultivaba a rajatabla en mi vida personal.
En 2008 participé de un congreso de paisajismo acompañando a mi hija, con quien trabajábamos en jardinería. El viaje fue muy divertido, la estancia agradable, conocí gente de un ambiente ajeno a mí, en general personas interesadas por el cuidado del medio ambiente, pero había desde el gran paisajista que vivía en Punta del Este y proyectaba jardines carísimos para ricachones, hasta el funcionario con preocupaciones sociales que defendía (y ejecutaba) políticas de espacios verdes públicos y participativos. En aquella ocasión fuimos en excursión al Faro Querandí, donde hay una reserva natural. Nos trasladamos en un camión Unimog de la Segunda Guerra. La guía, Rocío Salas, era una luchadora, guardaparque muy joven y con mucho conocimiento, que por desgracia falleció no hace mucho tiempo, a causa de un cáncer. De nuevo lo contradictorio en derredor de Mar de las Pampas: lo superfluo, el lujo, el dinero, pero también lo social y lo ambiental, la vida y la muerte.
En dos ocasiones más estuve de paseo, recorriendo el centro comercial con amigas. Tan lujoso y artificial, tan caro. Aun así compré alguna prenda, y el último ejemplar de un libro que busqué antes en Buenos Aires pero estaba agotado.
Ahora disfruto unas breves vacaciones y estoy alojada en un bonito “apart hotel” con todas las comodidades, tal vez excesivas. Vine con la idea de descansar, tomar sol y absorber vitamina D (de la que ando careciendo, como cuando era una bebita); leer, escribir, comer algo rico, caminar, adorar al mar con su atractivo misterioso. Pero mi cabeza nunca deja de analizar (mi abuela materna decía: “Si querís vivir feliz, no analicís, niña, no analicís”) Mar de las Pampas es un pueblo prefabricado: no hay producción alguna, su economía se restringe exclusivamente al negocio inmobiliario, al turismo y al comercio. Sus bosques son implantados, llenos de especies introducidas. El agradable aroma de los pinos inunda todo, pero no hay árboles nativos. Hay pocas aves, algunos horneros, tordos, calandrias, unos pocos zorzales y benteveos. En cambio está lleno de chimangos oportunistas, que viven a costa de la basura generada por los humanos. Hay casas de un lujo inaudito, millones de dólares en piedras, ladrillos y ventanales de cristal, la mayoría deshabitados la mayor parte del año.
Entonces yo camino, disfruto y padezco al mismo tiempo, por momentos me pregunto, ¿por qué vine a este lugar? Y me prometo que no volveré jamás. Y por otro lado, haciendo honor al mote de “peroncheta” que me endilga mi hija, me doy una vida burguesa, almuerzo cazuela de mariscos con un Chardonay helado y me parezco a cualquier señora llena de guita que, seguramente, vota a Patricia Bullrich (sólo que yo vine gracias al Previaje).
8/10/2023
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