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domingo, 30 de octubre de 2022

JÁLOGÜIN 1983

Ahora resulta que todo el mundo es radical alfonsinista. En los medios se celebra hoy, 30 de octubre, los 39 años de la elección que ganó la UCR, y la consecuente vuelta a la democracia. Yo no festejé que ganara Alfonsín aquel día, en cambio lloré porque el peronismo perdió. Era la primera vez que votaba, porque durante siete años gobernaron los milicos del proceso cívico-militar-eclesiástico que empezó el 24 de marzo de 1976. Desde octubre del ’82 militando para la Renovación peronista con Antonio Cafiero, y aunque perdimos en la interna, había que ser orgánicos y votar a los candidatos del PJ, Ítalo Luder y Deolindo Bittel. A pesar del fallido de Bittel en Vélez en el que dijo que, ante la alternativa de “Liberación o dependencia” (palabras de Perón) optamos por la dependencia… ¡imposible arreglar eso!, a pesar de la quema del féretro por parte de Herminio Iglesias, candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, en fin, con eso y con todo, la disciplina militante y partidaria mandaba a votar la lista 2. El acto de cierre de campaña fue con dos millones de personas en la avenida 9 de Julio, y cuando nos dispersamos, por entre las calles angostas del centro de la ciudad retumbaban los cánticos: “Yo te daré, te daré Patria hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con P: ¡PERÓN!”, y también: “Salta, salta, salta, pequeña langosta, milico’ y radicales son la misma bosta”. Porque nadie ignora aquello de que muchas veces los radicales fueron “a golpear la puerta de los cuarteles” para voltear gobiernos peronistas, vamos… En 1983 los resultados de las elecciones no se conocían tan inmediatamente como ahora, pero a eso de las 9 de la noche ya se sabía que era irreversible el triunfo radical. Mi marido, Tito Loperena fue fiscal de mesa, mi cuñada Marta fiscal general, ambos candidatos, a consejero escolar y concejal respectivamente, por el partido de Morón al que entonces pertenecía Hurlingham. Yo estaba en mi casa con mis dos nenas mayores, la más pequeña de tres meses, y no me aguanté más así que las cargué en el Citroën 3CV 79, una en su sillita y la otra en el moisés, y me fui a buscar a Tito para compartir la tristeza por la derrota, con tal mala suerte que se me quedó el auto en plena avenida Vergara, frente al local de la UCR que había por entonces, donde todo era algarabía y festejo, me pasaban los coches en caravana arrojando papelitos, boletas radicales, el piso estaba blanco de papeles. Y yo con las dos nenas, luchando por hacer arrancar el Citroën, y ni se me ocurrió pedirle a algún “correligionario” ayuda de ningún tipo. Así que me volví caminando con las chicas, a esperar que Tito volviera y dejé el cachivache a un costado de la avenida.
No podíamos entender por qué el partido político con mayor cantidad de afiliados en toda la región, después de una dictadura sangrienta, de un neoliberalismo atroz que destruyó la industria nacional, en fin, todo lo que fue materia de análisis y autocríticas posteriores, esa noche era pura bronca y tristeza. A la mañana siguiente, muy temprano, Tito se fue a trabajar como siempre. Todavía nos esperaba un golpe más: ese día lo echaron del laburo, una empresa textil donde trabajaba como jefe de la tintorería. Así que derrotados políticamente, desocupado mi marido, con dos nenas chiquitas: un panorama negro. Y, por supuesto, aunque mi cuñada entró como concejal y en elecciones posteriores fue reelegida, vinieron tiempos muy difíciles. Desde luego que para el 10 de diciembre, día de la asunción de autoridades ya habíamos digerido un poco la derrota, y en la unidad básica que teníamos en el barrio hubo fiesta, empanadas, vino, discursos, los borrachines de siempre que terminaban cantando y llorando, en fin, peronismo explícito. A partir de entonces el lema siempre fue “mejor el peor gobierno democrático que cualquier dictadura”. Y el gobierno del “padre de la Democracia” (que nos dio un hermanito como Ricardo Alfonsín) no fue un lecho de rosas. Hubo personajes nefastos como Antonio Tróccoli, ministro del interior y cultor de la teoría de los dos demonios, o como Juan Carlos Pugliese, presidente de la cámara de diputados, con fama de regentear prostíbulos y manejar el juego en la provincia de Buenos Aires, arreglado con la policía. Durante el gobierno de Alfonsín hubo muchas huelgas lideradas por la CGT de Saúl Ubaldini, hubo represión policial. Hubo leyes de obediencia debida y punto final… Estaban las jóvenes promesas como Federico Storani, Jesús Rodríguez, el Coty Nosiglia, Suáres Lastra, Marcelo Stubrin: la mayoría hoy cooptados por la derecha más rancia. Recién con Néstor y Cristina se pudo conjugar peronismo con algunos radicales, más gente que venía del PC, del Partido Intransigente y de otras extracciones políticas que confluyeron en el Kirchnerismo, pero que si los rascás un poquito les asoman los pelos de gorilas antiperonistas. Así que no pretendan que hoy celebre nada. Conmigo la corrección política y la diplomacia no van.

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