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miércoles, 6 de abril de 2011

DEMONIOS


Este relato fue publicado en la Revista Babilonia, en abril del año 2007.






DEMONIOS


El niño que me perseguía esa tarde no era el mismo de la otra vez. Este también era terrible, agresivo, pero no el demonio que comandaba aquella pandilla de tres que estuvo a punto de matarme. Surgió de repente entre los eucaliptos del costado. Yo iba caminando por la calle de tierra, sumida en mis pensamientos, y cuando escuché ruido de pasos detrás de mí volví la cabeza. Tendría unos cinco años, la cara sucia y un buzo color mostaza, rotoso y lleno de manchas. Llevaba el brazo en alto, por detrás de la cabeza, y apenas podía dominar el peso del adoquín que estaba por arrojarme. Instintivamente me puse a correr, y me acordé de la vez anterior, cuando aquellos tres me perseguían. Este no hablaba, no me decía nada, simplemente amagaba con tirarme la piedra. No sé de dónde saqué el aplomo necesario para plantarme en seco y enfrentarlo. Si hubiese sido un perro, me habría agachado simulando recoger un cascote, recurso que en la mayoría de los casos, da resultado. En otros, me ha pasado que el perro se enfureciera  más, y alguno llegó a morderme.

-          ¿Por qué, por qué? – fue lo único que se me ocurrió articular.

El chico bajó el brazo, el adoquín colgaba de su mano, como un peso muerto. Tenía unos ojazos negros y melancólicos. Las comisuras de sus labios casi dibujaban un puchero. Todavía me acerqué un poco más, y él no se movió. Tendí la mano para tocarlo y se puso en guardia, pero con un gesto indefinible de su cuerpo, dejando caer la piedra que se hundió en la tierra suelta. Se frotó la mano por el abdomen. Cuando estuve a un palmo, me puse en cuclillas y nos miramos a los ojos.

- Acariciame – me dijo en un ruego imperativo.

Yo lo estreché y nos pusimos a llorar. Sentí un alivio inmenso, había neutralizado su violencia, pero estaba triste por no comprender. Después, él salió corriendo y lo perdí de vista.


Pero aquel otro episodio (si no hubiera ocurrido este, probablemente lo habría desterrado de mi memoria) fue diferente. Ahora que lo recuerdo se me eriza la espalda. Yo debía tomar un ómnibus; alguien me acercó con su auto a unos cincuenta metros de la parada, en un lugar solitario y descampado: de un lado, una vereda angosta cercada de ligustrina alta, la ruta y del otro lado, viñedos interminables. Cuando terminé de bajar del coche y empecé a caminar, sentí una confusión de gritos: un muchachito de edad indefinible, pero de cuerpo menudo me gritaba: “¡Te voy a matar!”, y a otros dos que corrían a su lado “¡Vamos a matarla!” Los tres llevaban piedras en sus manos, y me tiraron algunas que pude esquivar. Entonces sí que corrí (no me explico cómo hice, porque dentro de mí sentía una parálisis aterradora). Creí realmente que me iban a acertar con una pedrada, y que si me caía terminarían conmigo, y aunque llevaba una carrera que jamás supe que podría lograr, me espantaba la posibilidad de que me alcanzaran. Al fin llegué al refugio de la parada de ómnibus. Había otras personas, y por un momento me sentí aliviada, suponiendo que la presencia de los otros haría desistir a los... ¿cómo decir niños? ¿Esos monstruos eran niños? En fin, creí que iban a desistir, y sin embargo, el caudillo no cesaba con sus gritos, y sus secuaces estaban enardecidos repartiendo pedradas. El resto de los que esperaban el ómnibus también entraron en pánico, y todos logramos al fin encerrarnos en un lugar, algo como un puesto caminero abandonado pero que tenía llave. Desde allí veíamos a los demonios enfurecidos, insultando y amenazando. Alguien pudo llamar a la policía. Yo me debatía entre el miedo y la pena porque, siendo tan chicos, pobrecitos, qué sería de ellos en la comisaría...
A los pocos minutos llegaron los patrulleros. Nos ayudaron a salir del refugio, y a los pequeños aprendices de asesinos los esposaron. Intenté acercarme al más pequeño, lo confieso con vergüenza: me sentía segura porque un policía lo tenía agarrado. Volví a sentir terror: con unos ojos envenenados me gritaba insultos y amenazas de muerte, como si tuviera un odio concentrado exclusivamente para mí.
En aquella ocasión me desperté llorando.


(Niños muertos, niños monstruosos, amenazantes, con sus cuerpos mutilados, amoratados, aparecen en mis sueños en días en que algo nuevo, creativo está por salir a la luz...) 



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