Cuando una ya ha dejado de soñar imposibles, y no sólo no sabe cómo sortear las dificultades concretas de la vida diaria (las deudas, las demandas de los hijos, el sustento cotidiano), sino que hasta a veces mira con cariño la talquera del hormiguicida, se aferra a una esperanza: escribir, lograr ese pequeño trozo de gloria que significa trascender porque algunos prójimos lean lo que a una se le ocurrió contar, es el imposible que tarda en llegar.
Dice Eduardo Galeano: “¿Para qué escribe uno, si no es para juntar sus pedazos?"
Para eso escribo, a ver si me reconstruyo un poco, porque la vida, o esta ciudad, o la falta de amor, o todo eso junto, terminan haciéndome trizas.
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