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martes, 7 de septiembre de 2010

Lo imposible sólo tarda un poco más

 “Lo imposible sólo tarda un poco más”, proclama un graffiti cerca de la estación Once. Y una, que va zangoloteándose arriba del tren con sus cuarenta años a cuestas, siente que la angustia se disipa por un instante.
Cuando una ya ha dejado de soñar imposibles, y no sólo no sabe cómo sortear las dificultades concretas de la vida diaria (las deudas, las demandas de los hijos, el sustento cotidiano), sino que hasta a veces mira con cariño la talquera del hormiguicida, se aferra a una esperanza: escribir, lograr ese pequeño trozo de gloria que significa trascender porque algunos prójimos lean lo que a una se le ocurrió contar, es el imposible que tarda en llegar.
Dice Eduardo Galeano: “¿Para qué escribe uno, si no es para juntar sus pedazos?"
Para eso escribo, a ver si me reconstruyo un poco, porque la vida, o esta ciudad, o la falta de amor, o todo eso junto, terminan haciéndome trizas.
 Esta historia es el producto de la afiebrada imaginación de quien la escribió. Los nombres de la mayoría de los personajes fueron inventados. Toda similitud con hechos sucedidos en la realidad es la pura verdad.

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