Cuando me levanté vi las caras largas de mi hermana y mi cuñado (él era secretario del intendente de Rivadavia, un municipio cercano a la ciudad de San Juan): el golpe que se venía anunciando ya era una realidad. Se sucedían los comunicados de la Junta Militar. Con otros compañeros y compañeras nos fuimos a recorrer los despachos de los integrantes de nuestra "orga" que también eran funcionarios, ninguno sobrepasaba los 30 años... Yo tenía 19 y estaba empezando una carrera universitaria.
http://zonaliteratura.com.ar
jueves, 24 de marzo de 2022
24 de Marzo de 1976
viernes, 18 de marzo de 2022
LOS JÓVENES QUE FUERON
Cuando yo nací mis padres tenían la
edad que hoy tienen mis hijas. Fui criada sin dulzura, con una forma seca de
amor, pero llena de cuidados, a veces excesivos. Fui sobreprotegida porque
tenía un problema bronquial, entonces mis padres me impedían realizar
actividades que me causaran agitación, hasta un ataque de risa podía provocarme
un ahogo y dificultarme la respiración. A diferencia de los padres del Che
Guevara, quien practicaba rugby, natación y ciclismo a pesar de ser asmático,
los míos me tenían como una delicada planta, (bien alimentada, eso sí) siempre
quietita, jugando en solitario, dibujando y leyendo mucho. Yo deseaba
participar en actividades de montañismo, bailar y aprender a nadar, pero todo
me estaba vedado, también porque éramos pobres y nada de eso resultaba
gratuito. Esa frustración me causó enojo con mis viejos, sumada a su rigidez,
su autoritarismo, sus reglas morales idénticas a las del catolicismo, sin ser
ellos religiosos ni creyentes. Todo eso junto hizo que me volviera rebelde e hiciera
cosas a escondidas, muchas de ellas nada beneficiosas como fumar desde muy
chica, o exponerme a cualquier peligro en tiempos en que ser mujer significaba
ser muy vulnerable, mucho más que ahora, especialmente en una provincia
conservadora y pacata como San Juan: las mujeres debíamos ser sumisas y
recatadas antes que felices.
Pero vuelvo a mis padres y lo que hicieron conmigo, que fue apenas lo que pudieron, de acuerdo con su historia, su experiencia y sus limitaciones. Cuando nací mi papá tenía casi 40 y mi mamá aún no cumplía los 38. Tres años antes habían perdido a Cecilia, una bebita que sólo vivió ocho meses. Recién ahora que soy abuela se me ocurre pensar que los pobres, luego de aquel trauma debieron sobreprotegerme por temor a que algo terrible pasara también conmigo. Cuando ya llevan muertos varios años soy capaz de comprender su escasa flexibilidad y los perdono. Pobres viejos, pobres aquellos jóvenes que fueron, los veo como a mis hijas que crían a los suyos y van aprendiendo sobre la marcha. Parece que así nomás es la vida. Los perdono y espero que ellos me hayan perdonado lo que pude hacerles sufrir.
En la Isla inundada, Febrero de 2022.