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martes, 12 de junio de 2012

SUEÑO PENDIENTE

Esperando para cobrar en el Banco del Mal Olor de Avenida Independencia casi Entre Ríos; el aire es  casi irrespirable, me puse cerca de la única ventana apenas abierta.
No hace tres años que soy abuela, pero llevo casi veinticinco compartiendo horas, una vez por mes, con viejos de todas clases, cada vez que cobro la pensión. Los hay discretos y callados, otros tienen tremenda necesidad de hablar; los hay inteligentes y con buena conversación, otros limitados e ignorantes, desinformados y que adhieren al discurso de los medios masivos de comunicación. Un denominador común es esa especie de soberbia de creer que las saben todas y no tienen nada que aprender. Espero no llegar a ser una vieja así de insoportable. 
En realidad, espero no llegar a ser vieja, aunque ya pasé el medio siglo en este mundo. La vejez me asusta más que la muerte. Si se pudiera, sin infringir sufrimiento a otros, decidir hasta cuándo... sin embargo, sé que uno termina aferrándose a la vida hasta lo irracional...
Sin mucha fe sueño con, antes de los 60, cumplir el deseo que me asaltó hace unos años: ascender al Cerro Mercedario, de más de 6700 metros, en San Juan, mi provincia. Intenté acercarme a ese sueño en el año 2004, pero cambió el curso de los acontecimientos, y aunque me hubiera empeñado en hacerlo no habría podido, de todas maneras. Resulta, Lucio, Matilda, para ustedes escribo, que a principios de 2004, buscando la manera de llegar a mi Cerro Mercedario, me puse en contacto con un guía, experto andinista, con varios ascensos al Aconcagua y a otros picos importantes de América, un muchacho sanjuanino de 26 años entonces, llamado Marcos Ceballos. 
Él estaba organizando una expedición al Mercedario integrada por mujeres, me entusiasmó la propuesta, entonces me anoté. Seríamos cuatro o cinco aventureras, guiadas por Marcos, y, supongo, algún otro asistente. El plan consistía en tres semanas en total para el ascenso y descenso a pie, llamado "Trekking", (no escalada, porque para eso el entrenamiento es mucho más riguroso e intensivo), acampando a distintas alturas para lograr la aclimatación paulatina y evitar el MAM (Mal Agudo de Montaña), que puede provocar serias consecuencias, como el edema pulmonar, e incluso la muerte.
Todas éramos mujeres mayores de 40 años; yo por entonces tenía 47, Patricia, la única a quien conocí personalmente, 44, y era porteña. Con las otras integrantes de la posible expedición sólo intercambié correspondencia electrónica: María Celeste y Celia. Como parte del entrenamiento debíamos hacer una excursión al Tontal, en la Pre-cordillera sanjuanina, con cerros de más de 4.000 metros de altura. Cuando nos encontramos con Patricia en el café El Gato Negro de la Avenida Corrientes al 1600, ella estaba por irse a Iruya, por su cuenta, y también en plan de entrenamiento.
La expedición implicaba mucho dinero, no sólo el costo de los honorarios para la empresa organizadora, y para pagar al guía, Marcos, sino también por toda la ropa y equipo especial con que había que pertrecharse. Yo estaba llena de deudas, durante el menemato me endeudé hasta el cuello para mantener mi casa y mis hijos adolescentes, estudiantes, y mi sueldo era de mediocre para abajo. Sin embargo, el deseo me azuzaba y estaba dispuesta a priorizar mi sueño, después vería cómo pagar las deudas. Confieso que siempre tuve un espíritu rebelde y anarquista y pensaba que no pagar a los bancos era justo en cierta forma, porque los bancos, los banqueros, han existido siempre para asfixiar y robar a los simples mortales como yo. Después tuve que aflojar y pagar, porque ellos cuentan con poder suficiente para acosar a sus deudores y no dejarles escaptoria. El precio, además, es pasar a la marginalidad...
Siempre pobre, siempre pobre, estoy cansada de ser pobre. Mientras escribo esto miro a mi alrededor, inmersa en el mal olor que caracteriza a este banco lleno de viejos incontinentes, la mayoría pobres, y cansados...
El caso fue que el costo total de la expedición, más los gastos personales, ascendía a unos 2.000 dólares (yo apenas ganaba el equivalente a 500 por mes). Debía abonar un porcentaje importante antes de junio de 2004. Ocurrió que por esos días, y de manera fortuita,  conocí, vía Internet, a un cubano que vivía en Matanzas. Empezamos a escribirnos y en tres semanas él me declaró su novia; para julio soñábamos con encontrarnos y vivir juntos. Fue tal la conmoción que me produjo este encuentro que cambié de planes y de destino. Renuncié al andinismo, postergué mi cerro Mercedario y lo troqué por otro sueño, la amada y admirada Cuba de la romántica revolución y el amor de un dulce cubano.
La expedición andinista se concretaría sin mí, pero seguí en contacto con sus integrantes, especialmente con Marcos, en San Juan, y con Patricia, en Buenos Aires.
Terminó el 2004; el 30 de diciembre ocurrió un hecho luctuoso en la Ciudad de Buenos Aires, el incendio de una discoteca, "Cromañon", que se cobró la vida de casi 200 personas, por irresponsabilidades compartidas entre funcionarios del gobierno municipal y algunos particulares. Pasamos un fin de año un poco triste, aunque esa tragedia no tocó de cerca a la familia. Personalmente, estaba muy enamorada y con el proyecto de viajar a Cuba a principios de 2005.
Cuando volví a  trabajar, luego de los feriados de las fiestas, recibí una llamada telefónica de Patricia la andinista que me dejó anonadada. La expedición que debía comenzar el 8 de enero se frustró definitivamente porque Marcos Ceballos, quien decidió pasar el fin de año haciendo cumbre en el Mercedario, escalándolo por la peligrosa pared sur, junto con un amigo de 19 años, se desbarrancó al intentar subir por una capa de hielo que cedió, y murió trágicamente. Con toda su pericia y su experiencia, fue más allá de los límites y la montaña se lo cobró.
http://www.diariodecuyo.com.ar/home/new_noticia.php?noticia_id=75939

Patricia estaba afligida y decepcionada por ver truncado un proyecto a punto de concretarse. Ella había conocido a Marcos en un viaje a San Juan, a su novia, a las otras mujeres que integrarían la salida. Me puso muy triste esa noticia, la muerte de tantas personas jóvenes por esos días. Causa horror que muera un joven, es antinatural. Resultó escalofriante saber que la persona con más responsabilidad en ese plan abortado, quien iba a conducir la excursión, había muerto una semana antes, en ese lugar.
En el fondo de mi corazón egoísta sentí cierto alivio por no haberme embarcado en la aventura, porque hubiera perdido todo, ilusiones y dinero. En cambio aposté a la vida, al amor, a encontrarme en Cuba con quien resultó después el abuelo de Lucio y Matilda, el abuelo que los ama, les canta cancioncitas desde que nacieron, los carga en sus brazos, en sus hombros y juega, un abuelo de lujo. No pudieron conocer al abuelo materno de sangre, pero la vida, tal vez ayudada por el principio del caos, les regaló a Orlando.